lunes, 5 de noviembre de 2012

Artículo de Ignacio Camacho.


El pasado domingo 28 de octubre el periodista Ignacio Camacho publicó en el diario ABC un artículo acerca de uno de los principales colectivos afectado por la crisis de nuestro país, es decir, el de los desempleados, todos aquellos que no pueden acceder a un derecho básico como es el trabajo.

El tema ya es de por sí de máxima importancia, pero lo que me llamó más la atención fue el intento, por parte de Camacho, de subrayar la individual de los que sufren, y que queda ahogada en los mensajes de carácter general que diariamente leemos o escuchamos. Yo mismo, al comienzo de la entrada me he referido –ex profeso- a ellos como un colectivo; eso es precisamente lo que el autor quiere superar imaginando la biografía única, insustituible e irrepetible de cada uno de los parados.

No pude evitar al leer el artículo, recordar el comienzo de una de las obras cumbres de Miguel de Unamuno y que incluyo en mi temario de primer curso de Bachillerato. El pensador vasco también huía de las generalizaciones en torno al hombre que tanto abundaban en la filosofía desde sus albores. Su interés se centraba en el “hombre de carne y hueso” (recordemos, asimismo esas carnes y esos huesos de Calias o Sócrates de las que nos hablaba Arístóteles en la Metafísica).

Los hombres de carne y hueso, individuales, concretos, con nombres y apellidos, a ellos se refiere Ignacio Camacho.

En primer lugar os dejo el texto de Unamuno al que me he referido y más abajo el artículo titulado “el desorden de tu nombre”.

"Homo sum: nihil humani a me alienum puto, dijo el cómico latino. Y yo diría más bien, nullum hominem a me alienum puto; soy hombre, a ningún otro hombre estimo extraño. Porque el adjetivo humanus me es tan sospechoso como su sustantivo abstracto humanitas, la humanidad. Ni lo humano ni la humanidad, ni el adjetivo simple, ni el sustantivado, sino el sustantivo concreto: el hombre. El hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere -sobre todo muere-, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano."

(Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida).





El desorden de tu nombre

IGNACIO CAMACHO


ESTÁS en boca de todos pero nadie te menciona por tu nombre. Políticos, sindicalistas, tertulianos, empresarios o economistas se han acostumbrado a hablar de ti en un plural dramático que crece mes a mes, semana a semana, año a año. Pero tu tragedia es anónima fuera de esas cifras arrojadizas de los grandes análisis que denuncian problemas sistémicos y lacras estructurales; la vives cada día en la devastadora, lacerante soledad de tu esfuerzo baldío, en la desamparada rutina de una búsqueda inútil. Y sabes que tu nombre no existe, hundido en el aterrador incógnito de un océano de números, perdido entre las líneas infinitas de una sobrecogedora estadística de calamidades.

Eres el camarero al que no han renovado el contrato en septiembre. La enfermera interina que ya no va a volver al hospital. La dependienta de la tienda que cerró hace unos meses. El albañil al que hace cuatro años le dijo un capataz que lo llamaría para la próxima obra. Eres el administrativo al que un día mandaron recoger su mesa para siempre, el periodista al que pusieron en un ERE, el viajante varado en el sofá de su desesperación. Eres la joven licenciada que cada mañana envía por correo electrónico currículos que nadie va a contestar. Eres el inmigrante que espera cargado de paciencia su turno en la oficina de empleo. Eres la asistenta que se quedó de pronto sin casas que limpiar. Eres el comerciante arruinado, el empresario en quiebra, el directivo que perdió la confianza de sus jefes, el profesional maduro al que con muy buenas palabras despidieron por peinar canas. Eres el ingeniero que busca en internet una oferta en Alemania, la chica de la agencia de viajes que bajó la persiana, el repartidor de pizzas que ha tenido que vender su moto, la profesora cuya plaza fue amortizada en el último curso. Eres el padre que aún no ha dicho a sus hijos que está sin trabajo, la madre ahora ociosa que por la mañana lleva a los suyos al colegio. Eres la antigua directora de hotel que está ofreciendo sus servicios como recepcionista, el ingeniero que espera en vano una llamada para ejercer de comercial. Eres el prejubilado al que se le hacen eternos los días y las tardes, el abogado reciente que ya no sabe cuántos masters acumular. Eres el parado de larga duración que mira con recelo el saldo menguante de su cuenta, la filóloga que sería feliz si le diesen el puesto que ha solicitado en una librería. Eres cualquiera de esos 5.778.100 desempleados al que en absoluto consuela, más bien al contrario, la existencia de los otros 5.778.099.

Y estos días, cuando como cada fin de mes las noticias hablan de tu desventura en términos abstractos, tú sabes que nadie, ni políticos, ni comentaristas, ni expertos, va a pronunciar tu nombre. No lo conocen, ni desean aprenderlo porque tu nombre, tu mirada, tu vida, son el testimonio de su insondable, inquietante, demoledor, completo fracaso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario