lunes, 21 de marzo de 2011

Friedrich Hölderlin (I).


En esta primera entrada dedicada al literato alemán Friedrich Hölderlin os presento la biografía que Jesús Munárriz incluye en su edición de la novela del primero titulada Hiperión o el eremita en Grecia que podéis encontrar, precisamente, en la editorial Hiperión.

Sé que el texto es largo para una entrada de blog, pero os pido que le dediquéis el tiempo necesario para leer con tranquilidad estas líneas sobre la vida de uno de los escritores que más ha fascinado personal e intelectualmente.

Nace Johann Christian Friedrich Hölderlin el 20 de marzo de 1770 en Lauffen am Neckar (Suavia). Es el primer hijo del administrador del Stift o seminario protestante de Lauffen. Muerto su padre dos años más tarde, su madre, hija de pastor, vuelve a casarse. Tiene sólo veintiséis años. Su segundo marido, Johann Christoph Gock, consejero municipal de Nurtingen, adonde se trasladan madre e hijo, muere cinco años más tarde, en 1779. A Hölderlin le quedarán una hermana de su mismo padre, Heinrik, y un hermanastro, Karl Gock, nacido en 1776. Su madre siguió viviendo en Nurtingen hasta su muerte, en 1828.

En 1784, Hölderlin, destinado a una carrera teológica, ingresa en un colegio preparatorio para el seminario, en Denkendorf, a algunos kilómetros de Nurtingen. Estudia hebreo, latín y griego, y descubre a sus primeros poetas: Klopstock y Schiller. Escribe allí también sus primeros poemas.
En octubre de 1786 ingresa, junto con el resto de su clase, en el seminario de Maulbronn. Allí hace amistad con Inmanuel Nast y se enamora de su prima, Louise Nast, hija del administrador del seminario. Siguen las lecturas de Klopstock y Schiller, a las que añaden Schubart, Young, Wieland y, sobre todo, Ossian.

En 1787, Hölderlin entra como becario, por cinco años, en el seminario de Tubingen. Rompe con Louise Nast y se enamora de la hija de un profesor, Elise Lebret, aunque por poco tiempo. Con sus amigos Magenau y Neuffer funda una liga de los poetas.

En 1789, cuatro meses después del estallido de la revolución francesa, el duque Carlos Eugenio, a cuya jurisdicción pertenece el seminario, advierte a los estudiantes, entre los cuales hay corrientes de republicanismo, que se atengan “al más severo orden y legalidad”. Los seminaristas leen a Kant y Rousseau y se entusiasman con la revolución del país vecino. Entre sus compañeros están Hegel y Schelling, con los que Hölderlin hace amistad a partir de 1791.

Hölderlin lee a Platón, y su mente se aparta cada vez más de la fe protestante, al tiempo que se afirma su vocación poética. Compone numerosos poemas, entre ellos himnos, bajo la influencia de Schiller, aunque con un tono ya personal. En 1793, ya cumplidos los veintitrés años, sale del seminario provisto de la licencia que le permite ejercer el ministerio evangélico. Pero en contra de la opinión de su madre, decide no ejercer su carrera, y emplearse como preceptor para subsistir económicamente.

Hölderlin, recomendado por sus amigos Staudlin y Hegel, visita a Schiller, famoso ya en toda Alemania a los treinta y cuatro años, y este le consigue una plaza de preceptor para ocuparse del hijo de Charlotte von Kalb, en Walterhausen. En 1794 acompaña a su alumno en un viaje a Weimar, y empieza a trabajar en el Hiperion. Pronto debe abandonar su puesto de preceptor, dada la imposibilidad de influir realmente sobre su alumno, que es un niño muy difícil. Hölderlin se instala en Jena, uno de los principales centros intelectuales del país, donde asiste a los cursos de Fichte. En noviembre, Schiller le publica un fragmento de Hiperión en su revista Thalia.
El año siguiente, 1795, falto de recursos, debe volver a Nurtingen, con su madre, y allí sigue trabajando en el Hiperión. Su amigo Sinclair acaba por encontrarle un trabajo en Frankfurt, en casa del banquero Gontard, nuevamente para ocuparse de los niños. La esposa, Susette Gontard, casada desde hacía diez años y madre de cuatro hijos, se convierte pronto en el gran amor de Hölderlin, amor que es correspondido. Hölderlin la llamara en su obra Diotima. Este mismo año, a pesar de su trabajo y de los viajes que debe efectuar con la familia Gontard a causa de la guerra contra los franceses, consigue finalizar su Hiperión. En 1799 aparecerá publicada la primera parte por el editor Cotta, y dos años más tarde, la segunda.

También en 1799 es visitado por Hegel, a quien ha conseguido un puesto de trabajo en Frankfurt. En agosto, último encuentro con Goethe, a quien había conocido con anterioridad en Weimar por intermedio de Schiller. Al contrario que este último, Goethe no tendrá nunca en demasiada estima la obra de Hölderlin.

En septiembre de 1798 debe abandonar la casa de los Gontard. Sussette le escribirá poco después de su partida: “Es como si mi vida hubiera perdido todo significado; sólo por el dolor sigo notando su existencia”. Sussette y Hölderlin consiguen entrevistarse varias veces en secreto en Frankfurt, hasta que finalmente el poeta se traslada a Homburg, por consejo de Sinclair, quien le introduce allí en el círculo de sus amigos republicanos. Este año y el siguiente es frecuente la actividad política de Hölderlin con sus nuevos compañeros.

Trabaja en su tragedia Empédocles. Al aparecer, en septiembre, el segundo tomo de su Hiperion, le envia un ejemplar a Sussette Gontard con la dedicatoria: ¿A quién sino a ti?

Fracasa en su tentativa de lanzar una revista intelectual y literaria. La mayoría de las cartas que dirige a los grandes nombres, Schelling, Schiller, Goethe, no obtienen respuesta. En 1880, un grupo de amigos, en especial el comerciante Landauer, le invitan a Stuttgart, donde tiene así tiempo para dedicarse con intensidad a la poesía. Nacen de esta manera algunos de sus grandes poemas. Empieza asimismo a traducir a Píndaro, que ejercerá una gran influencia sobre sus himnos. A fines del año aceptara otro puesto como preceptor en Hauptwil, suiza, adonde llega en enero de 1801. No se sabe por que razones, en abril abandona su trabajo y vuelve a Nurtingen, con su madre, y allí trabaja ininterrumpidamente en su obra poética.

En enero de 1802 comienza un nuevo trabajo también como preceptor, esta vez en Burdeos, en casa del cónsul de Hamburgo. Se desconocen por completo las circunstancias de este viaje, pero Hölderlin vuelve a abandonar su puesto en abril. Ya el año anterior habían aparecido los primeros síntomas de su enfermedad: la locura. El 4 de diciembre había escrito a un amigo: “En la actualidad temo acabar sufriendo la suerte de Tántalo, que recibió de los dioses más de lo que podía digerir”.

Tras dejar su trabajo en Burdeos visita Paris, y desde allí se dirige a casa de sus amigos en Stuttgart. En julio recibirá allí una carta de Sinclair comunicándole la muerte de Sussette Gontard el día 22 del mes anterior, en Frankfurt. Hölderlin tardará casi un mes en llegar, andando, a casa de su madre. En Nurtingen, su aspecto es casi irreconocible. Él explicará de sí mismo que fue “golpeado por Apolo”.

Tras un periodo de gran violencia, su locura se calma. En septiembre, Sinclair le lleva de viaje a Regensburg y Ulm. A la vuelta, escribe El único y Patmos, dos de sus obras maestras.
Prosigue intensamente su actividad poética en 1803. Sinclair entrega al landgrave de Homburg el manuscrito de Patmos, que Hölderlin le dedica. Acaba sus traducciones de Sófocles, de cuya edición se hace cargo Wilmans en Frankfurt, y que aparecerán al año siguiente; corrige poemas y odas antiguos, trabaja en otros nuevos, etc. Sin embargo, Schelling, que le visita en junio, queda muy afectado por su aspecto descuidado y por el “deterioro” de su espíritu.
En 1804, y gracias a las gestiones de Sinclair, el landgrave de Homburg le ofrece a Hölderlin la plaza de bibliotecario de la corte. Hölderlin entra a trabajar en la biblioteca de palacio. Frecuentes crisis mentales.
En 1805, un médico que le visita declara sobre su estado de salud: “Su locura se está convirtiendo en frenesí, y es imposible comprender su lenguaje, que parece una mezcla de alemán, griego y latín”.

Por fin, en 1806, su estado mental y también ciertos cambios políticos en la corte de Homburg, hacen que el landgrave prescinda de sus servicios. Sinclair lo interna en una clínica de Tubingen, pero su estado no mejora.

En el verano de 1807, un ebanista de la misma ciudad, llamado Zimmer, entusiasmado con la lectura del Hiperión, visita a Hölderlin en la clínica y decide llevárselo a vivir a su casa, junto al Neckar. Allí permanecerá el poeta hasta su muerte, que no llegó hasta 1843, siempre apreciado por la familia del ebanista, incluso tras la muerte de este, y en un estado de locura pacífica que no le impedirá seguir escribiendo poemas en los que, a menudo, se advierte una cierta incoherencia, pero no exentos en ningún caso de un fuerte arranque poético. También toca y compone música para piano, y da largos paseos por los parques y los alrededores de la ciudad, con aspecto infantiloide, de un “niño grande”, con frecuencia perseguido y molestado por los estudiantes.
De vez en cuando recibirá visitas de viejos amigos o de gentes que acuden por curiosidad al ir extendiéndose su fama. Él les dará tratamiento de “alteza serenísima”. “excelencia”, “majestad”, etc., y se dirigirá a ellos como Scardanelli, voluntariamente olvidado de su personalidad de Hölderlin, y siempre actuando y hablando con una mezcla de lucidez y locura que desconcertara a sus visitantes.

Permanecerá, sin embargo, siempre fiel a su Hiperión, que recitara a menudo en voz alta y
del que leerá pasajes a sus visitantes.
Como Baroja, que en su vejez preguntaba a quienes le llevaban libros para que se los dedicara: “¿Cómo quiere que le ponga: querido amigo o estimado amigo?”, así también Scardanelli, que no conseguirá coordinar una conversación bien hilada, pero que asombrará siempre a sus visitantes por algún rasgo de genialidad, preguntara a quienes solicitan de él un poema dedicado: ¿Sobre qué quiere que se lo escriba: sobre las estaciones, sobre Grecia, o prefiere un pensamiento poético?

Pronto reivindicaron su obra los románticos. En 1822 se reeditará su Hiperión; en 1826 aparecen por primera vez en un volumen sus poesías, que se reeditarán en 1843 junto con una biografía del autor.

Este mismo año, sin apenas consciencia de su fama ni del cada vez mayor reconocimiento de su obra, totalmente alejado del mundo, muere en Tubingen Friedrich Hölderlin “dulcemente, sin haber sostenido una lucha especial con la muerte”.

Tras una etapa de olvido, en la que se perdieron muchos manuscritos y papeles suyos, a finales de siglo volvió a interesar su obra a los lectores, y ya en el nuestro ha pasado a ocupar el lugar que se merece: uno de los primeros no solo en la literatura alemana, sino también en la universal. Sin la existencia de su obra, en especial de Hiperión, serian inconcebibles obras como la de Nietzsche o la Hermann Hesse, por citar solo dos nombre capitales en la historia del pensamiento y de la literatura.

domingo, 13 de marzo de 2011

Decrecimiento (Serge Latouche).

Colapso por hiperconsumo. Esta expresión –que tomo prestada- condensaría el futuro de nuestro planeta si nos atenemos al pensamiento del filósofo francés Serge Latouche, y la única vía para remediarlo pasaría por un profundo cambio de mentalidad. Es el concepto de crecimiento tal y como se entiende en el actual Occidente globalizador sobre el que centra principalmente su crítica el pensador galo.
Hay múltiples razones para abordar ese perentorio giro, por un lado el evidente problema de la sinrazón de pensar que nuestro planeta es una fuente inagotable de recursos de la que el hombre puede servirse sin medida alguna. Por otro lado según Latouche existe una perversa ecuación en la que crecimiento sin límite + consumo voraz = felicidad.
Debemos pensar que somos casi siete mil millones de personas en el globo, y que, evidentemente, hay una serie de necesidades primarias que deben ser cubiertas, aquí lo fundamental del problema radica en la desigualdad. La cuestión es que actualmente jugamos entre un polo que pasa una vergonzante –para el primer mundo que no hace nada- situación de perenne hambruna y otro polo que nada en la opulencia. Claro está que no podemos olvidar en ambos bandos los tonos grises, y que en nuestra sociedad protagonizan aquellas personas que tanto padecen alrededor de la abundancia.
Otra cuestión es el crecimiento con el fin del mayor consumo posible de objetos, de útiles (o en cierto modo esencial inútiles) que llenan la muchas veces vacías vidas huérfanas, según el filósofo, de valores dejados atrás.
El decrecimiento usado como eslogan nos presenta la necesidad de poner en tela de juicio el actual mercado global –heredero de la modernidad- y el actual sistema económico, social y político, que ha puesto poco a poco una curiosa venda en nuestros ojos; una venda que permite ver el presente y el más inmediato mañana, pero que sin embargo nos impide ver el futuro a medio y largo plazo. Es así como en aras del crecimiento continuo olvidamos cuidar nuestro hogar y fuente de vida y riqueza: la tierra.
Es obvio que esa radical y necesaria modificación defendida por Latouche presenta una cara más diáfana: el actual sistema y su modo de comprender el concepto de crecimiento es insostenible en un cercano futuro, pero también otra menos clara: ¿cómo conseguir imponerse en la práctica a los grandes interesados en que nada cambie? ¿Cómo hacer ver que el petróleo es un bien con próxima fecha de caducidad y que el futuro abre las puertas de materias más limpias?
En estos dos vídeos de Youtube os encontraréis una interesante intervención de Serge Latouche. Pensad, como siempre de modo crítico y autónomo, sobre sus palabras.

Video 1


Video 2


Además os dejo una entrevista con Latouche a través del siguiente enlace:
http://www.fuhem.es/media/ecosocial/file/Entrevistas/entrevista%20a%20Serge%20Latouche_M.DIDONATO.pdf

lunes, 7 de marzo de 2011

¡Indignaos!


El alumnado de primer curso de Bachillerato 2008-2009 quizás recuerde todavía el nombre y la imagen de Stéphane Hessel. Este excombatiente de la Resistencia frente a la ocupación hitleriana, prisionero en el campo alemán de Buchenwald y posteriormente copartícipe –único que queda con vida- de la redacción del texto que Naciones Unidas aprobó en 1948 como Declaración Universal de los Derechos Humanos, visitó España hace un par de años y fue entrevistado por diversos medios; pues bien las publicadas por ABC y El País estuvieron expuestas en las paredes del aula de dicho curso de primero de Bachillerato.

En el año 2010 Hessel publicó una obrita titulada ¡Indignaos! que es realmente el motivo de esta entrada. A sus noventa y tres años reflexiona sobre su pasado, un tiempo en el que su compromiso político nacido de la idea y el sentimiento de indignación aparece como columna vertebral de su biografía. El deseo que articula ¡Indignaos! es muy claro: hacer ver, especialmente a los más jóvenes, que hay que mantenerse alerta, que los tiempos que corren pueden echar por tierra todas las conquistas sociales que, con tanto trabajo y sufrimiento, se fueron consiguiendo tras el fin de ese horror que supuso la II guerra mundial.

Son los valores que sirvieron de base al nuevo orden de las democracias, que según Hessel emanan del espíritu de la Resistencia francesa, los que hoy corren grave peligro. Destaca especialmente el poder que actualmente posee el dinero como una de las causas generales en la que radican múltiples efectos más concretos que deben provocar que aflore en nosotros la indignación. Es realmente interesante la mención a los conceptos de libertad y responsabilidad en Jean Paul Sartre (1905-1980), el hombre –recordemos que está condenado a ser libre- no puede hacer dejación de su responsabilidad, de su responsabilidad no únicamente con sí mismo, sino con la sociedad, no puede “mirar hacia otro lado”. De hecho uno de los capitulitos posee un título tan revelador como La indiferencia: la peor de las actitudes.

Esa apuesta por el compromiso desde luego debe ser canalizada por la vía del pacifismo, desconfiemos de la violencia. Manteniendo una postura netamente optimista el autor opina que son figuras como las de Nelson Mandela o Martin Luther King los arquetipos que hay que tener en mente a la hora de plasmar en acciones nuestro compromiso social, a la par que los Derechos Humanos, de forma obligada, tienen que configurar el horizonte que nunca puede perder nuestra mirada. Esos Derechos que aunque nacidos como mero compromiso, deben proseguir su inoculación en las legislaciones de las distintas naciones.

Creo sinceramente que es un libro que debe estar en la biblioteca de todo estudiante universitario y de enseñanzas medias, supone una breve lectura que os adentrará en una larga y rica reflexión. Cuenta asimismo con un magnífico prólogo De José Luis Sampedro.
También está publicada en nuestras librerías la versión original en francés “Indignez-vous!”.

Finalizo extrayendo un breve fragmento en el que se muestra claramente el espíritu del mensaje de Hessel.

“(…) Pero en este mundo hay cosas insoportables. Para verlo, debemos observar bien, buscar. Yo le digo a los jóvenes: buscad un poco, encontraréis. La peor actitud es la indiferencia, decir “paso de todo, ya me las apaño”. Si os comportáis así, perdéis uno de los componentes esenciales que forman al hombre. Uno de los componentes indispensables: la facultad de indignación y el compromiso que la sigue.”