domingo, 26 de septiembre de 2010

Sortilegio (Manuel Vicent)

Hoy os dejo para que lo disfrutéis el magnífico artículo que ha publicado el escritor Manuel Vicent en el diario El País. El tema fundamental es el tiempo y la ubicación y comprensión en y del mismo que cada persona busca y necesita para conseguir cierta inteligibilidad de lo que llamamos vida. Es inevitable, sin querer extenderme cronológicamente en demasía, recordar a pensadores como Anaximandro de Mileto, Heráclito o Empédocles de Agrigento (ciñéndome a los albores de la filosofía occidental) que compartían esa visión del ciclo de Cronos, del ritmo temporal como clave para intentar acercarnos a los interrogantes esenciales de nuestra vida y entorno. Esa reclamación del enigmático pensador de Éfeso sobre la necesidad de atender al Logos –al que la mayoría de los hombres se mostraban como sordos- para entender, para ver más allá de lo puramente sensible parece subyacer en el artículo de Vicent. El escritor levantino además utiliza como instrumento para su propósito el famoso personaje de Oscar Wilde llamado Dorian Grey. Éste, en una operación imaginada por distintos literatos y no literatos a lo largo de siglos, consigue un pacto para conservar su juventud, o lo que es lo mismo para detener el tiempo, el devenir – o mejor dicho los estragos que dicho devenir irían haciendo mella en él-. Al fin y al cabo otro ardid para escapar a la temporalidad y sus condiciones tácitamente (sic) aceptadas, olvidando que la anulación del devenir conllevaría la anulación de todo ser –con minúsculas- tal y como nos legó cierto pensador nacido en R¨ocken.

Sortilegio
MANUEL VICENT 26/09/2010

En el interior de un cuarto oscuro permanece el retrato de Dorian Gray. Mediante el pacto que el pintor ha hecho con las leyes secretas de la belleza se produce un sortilegio. El propio Dorian Gray de carne y hueso, que le ha servido de modelo, permanecerá siempre joven a la luz del día y toda la ruina física que regala el paso del tiempo la asumirá el retrato y en él se reflejarán los vicios, caídas y deseos frustrados de la vida. En el cuarto oscuro la figura representada se irá degradando. Sus ojos se inundarán de linfa amarilla, la piel tomará un color de tierra, la cabeza lentamente se cubrirá de ceniza, aparecerán manchas ocres en el dorso de las manos y bajo las sedas ajadas de la camisa y de los pantalones de terciopelo ya raídos se le caerán flácidas las carnes, mientras el joven Dorian Gray con el atractivo inalterable en el rostro, la mirada brillante, la tensión en los músculos, seguirá seduciendo, bebiendo y bailando en fiestas interminables. Este relato de Oscar Wilde es solo literatura. En la vida corriente de cada uno el sortilegio de Dorian Gray se produce al revés. El cuarto oscuro es nuestro pasado y en él permanecen intactos el niño, el joven, el adulto, el ser fuerte y tal vez indomable que fuimos un día. Mientras a pleno sol nuestro cuerpo con los años se va destruyendo, esos seres maravillosos que nos habitaron sucesivamente, si uno no los ha asesinado, siguen vivos en el espacio oscuro de nuestra memoria. Conservan la primera inocencia, la turbulenta pubertad, los deseos juveniles de cambiar el mundo, la limpia ideología de comprometerse por los demás, el derecho a equivocarse, la firmeza del cuerpo y el mismo espíritu de libertad. Si no hubiera espejos nadie conocería su propio rostro. Solo envejeceríamos en la mirada de los otros. Ese sería un juicio inapelable. Pero esos seres vivos del pasado tan puros que llevamos dentro son también un espejo velado y la verdadera destrucción espiritual se produce cuando uno no reconoce la propia imagen al reflejarse en ellos. En este caso Dorian Gray ya viejo con todos esos seres muertos a cuestas irá en un descapotable rojo a una fiesta. Con una copa en la mano, lleno de melancolía, verá bailar en el jardín a las muchachas cubiertas de flores y esa será su condena.

Tras la lectura del artículo os propongo la del clásico de Wilde al que podéis acceder desde el siguiente enlace:

http://www.bibliotecasvirtuales.com/biblioteca/OtrosAutoresdelaLiteraturaUniversal/OscarWilde/ElretratodeDorianGray/index.asp

sábado, 18 de septiembre de 2010

Artículo sobre Schopenhauer.

CRÍTICA: LIBROS / Ensayo

Filósofo para esta época

LUIS FERNANDO MORENO CLAROS 18/09/2010

El 21 de septiembre de 1860 fallecía en Fráncfort del Meno el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (Dánzig, 1788). Murió de repente, como siempre deseó.

El 21 de septiembre de 1860 fallecía en Fráncfort del Meno el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (Dánzig, 1788). Murió de repente, como siempre deseó. Era un hombrecillo bajo y corpulento, de cabeza grande, enormes patillas blancas y cara de pocos amigos. Caminaba con paso vigoroso, y aún a sus setenta años gozaba de excelente salud: comía mucho, se bañaba en agua fría incluso en invierno, y sus mejores pensamientos se le ocurrían al aire libre. Siempre lo acompañaba su perrito Atma, al que apreciaba más que a cualquier ser humano; por eso cuando hacía travesuras lo insultaba llamándolo "hombre". Cuantos se cruzaban con aquel estirado personaje lo miraban con irónico respeto, pues sabían que era un sabio internacional. A su casa llegaban visitas de todo el mundo aunque sólo fuera para verlo unos minutos. Le apodaban El Buda de Fráncfort, pues al "Iluminado" remitía su doctrina filosófica. En 1818 Schopenhauer publicó El mundo como voluntad y representación, una extensa y genial obra ignorada hasta tres decenios después. Tras publicar otra gran obra: Parerga y paralipómena (1851), le sonrió la fama: sus libros se convirtieron en los mayores éxitos de ventas de finales del siglo XIX. Alemania se sumía entonces en una crisis existencial, el idealismo romántico quedaba atrás y la Revolución de 1848 había fracasado, de ahí que reinase por doquier un craso pragmatismo realista, interesado y burgués.

Aquí llegó Schopenhauer, con una metafísica que pretendía explicar la mísera y negra existencia humana. Este mundo no es hermoso -afirmaba-, sino el peor de los posibles. Y proseguía: Dios no existe, lo suplanta un demonio malévolo que convierte nuestras vidas en infiernos, consumidas entre el dolor y el aburrimiento. Y ello se debe a que la esencia más íntima de cada ser consiste en una voluntad bruta y ciega, en un deseo insaciable que nos obliga a buscar sin cesar nuevos placeres y diversiones que nunca nos colman; y encima nos acosan plagas, guerras y catástrofes naturales. De manera que la vida es un penal en el que cumplimos condena y del que sólo salimos con la muerte. Nada hay nuevo bajo el sol: el ser humano es un malvado depredador, cuya necedad lo torna incapaz de seguir la luz de la razón, que podría aportarle alguna mejoría. La filosofía teórica de Schopenhauer proponía una solución también teórica para superar la crisis absoluta de la vida: hay que renegar de la existencia y rechazar la perpetuación del dolor: no reproducir, no actuar. Asimismo, predicaba la piedad universal y la no violencia: abstenerse de dañar a los demás seres vivos, nuestros hermanos en esencia y encadenados en nuestra misma mazmorra. Junto a sus enseñanzas teóricas, Schopenhauer divulgó un "arte de vivir" de carácter más práctico, que sedujo a sus lectores. Con él quería enseñarles "si no a ser felices, al menos, a ser menos desdichados". El gélido filósofo argumentaba que la persona cabal no apetecerá la felicidad, que no existe; esperará poco de la vida y nada de sus congéneres. Lo idóneo para ella será la comodidad consigo misma y con el entorno: ahorros en el banco y mucha riqueza interior. Esposa e hijos son una carga; los amigos, o nos traicionan o son pesados a los que hay que soportar. El amor es un subterfugio con el que nos engatusa la naturaleza para propagar la especie. Queda el cultivo de la cultura y el arte, pero hay que resguardarse de los pedantes que las ostentan como profesión. En suma, Schopenhauer gruñía y se quejaba de todo cual sabelotodo regodeándose en el abismo, pero a salvo en su cómodo rinconcito. Su acritud gustó tanto en aquella Alemania deprimida como más adelante en Europa. Y también hoy goza de buena salud en nuestro país, donde cualquiera lanza críticas asesinas desde una enorme pasividad.

Gredos publicó este año una soberbia edición de su obra capital, y Herder celebra el 150º aniversario de su muerte con dos notables novedades: una monografía imprescindible firmada por Volker Spierling y el inédito Senilia. Spierling es acaso el mejor conocedor actual de Schopenhauer. En cuanto a los Senilia, Volpi y Ziegler restauraron con sumo detalle anotaciones inéditas que el maestro dejó en sus cuadernos de notas, los cajones de sastre de sus obras. Son anotaciones de un filósofo ya mayor que siempre pareció un viejo, por eso Nietzsche afirmó que la filosofía de Schopenhauer es "para los jóvenes". En efecto, lo leímos con fruición en la juventud y lo contemplamos con recelo en la madurez. Y es que, al evocar las desgracias de la existencia, Schopenhauer parece acertar con sus juicios radicales; sin embargo, algo nos dice que se equivoca. Hay que leer sus reflexiones en épocas críticas para dejar que su frío escalpelo nos destroce; pero si de verdad estamos sanos, su sesudo realismo nos obligará a reaccionar recuperando otra vez nuestras ilusiones. Así lo superaremos a él y a la crisis.

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