miércoles, 31 de octubre de 2012

Un "regalito para el puente"


El poeta latino Ovidio (43 a.C.-17 d.C.) pensaba que el ocio corrompía al hombre al igual que se corrompen las aguas quietas. Para que ello no os ocurra y además evitéis el aburrimiento este puente, os propongo una pequeña investigación.


(1) En primer lugar tenéis que traducir la siguiente frase latina:

- Virtutis enim laus omnis in actione consistit.


Posteriormente (2) debéis citar el nombre del pensador (ubicándolo cronológica y filosóficamente) que nos legó por escrito dicha frase y la obra en la que se encuentra (título latino y español).

Y para finalizar, hay que responder a las siguientes preguntas: (3) ¿qué filósofo se dice que la concibió y formuló antes que el autor mencionado como respuesta de la pregunta anterior?

¿con qué famoso militar romano, apodado con un gentilicio, trabó estrecha relación intelectual y humana el filósofo que se corresponde con la respuesta a la pregunta (3)?


¡Mucha suerte en vuestras indagaciones!

lunes, 22 de octubre de 2012

El reloj (Ch. Baudelaire).


Hace algunos días mis alumnos de primero de Bachillerato tuvieron su primer contacto con la filosofía de Parménides de Elea y de su discípulo Zenón. Como es habitual, dicho pensamiento provocó el desconcierto en mis sufridos oyentes, no pensaban que estuviera hablando en serio cuando les exponía cómo para el eleata, la pluralidad, el cambio y el movimiento era meras ilusiones que nos transmitían nuestros sentidos, y que por lo tanto no eran reales. Les resultaba enormemente extraño que Parménides, en su vía epistemológica de la verdad, únicamente considerase la existencia de un Ser verdadero, que caracterizaba además como único, ingénito, imperecedero, inmutable, indivisible.

La perplejidad de los alumnos está totalmente justificada, desde nuestra infancia observamos, interiorizamos y asumimos todo aquello que precisamente pone en tela de juicio el filósofo al que nos estamos refiriendo. ¿El nacimiento, el cambio, la muerte no poseen verdadera realidad?, ¿y qué ocurre con el tiempo? ¿no es verdad que continuamente nos resulta palpable su acción?

Esa relación excluyente entre lo captado por los sentidos y lo accesible a la razón, con el triunfo de esta última, supuso la base de lo que pocos siglos después comenzó a denominarse Metafísica. Es innegable la importancia que ese concepto de Ser tendría en el desarrollo de la filosofía occidental, basta recordar las definiciones universales en materia de moral que buscaba Sócrates, la definición ontológica de las Ideas platónicas, el “ente realísimo” (como gustaba decir Nietzsche) de la tradición judeo-cristiana etc. Es común a estas consideraciones acerca del Ser como “óntos ón” (realmente real) el deshistorizar, el banalizar el devenir, el tiempo que actúa sobre la realidad sensible, como criticaría en su momento el ya citado F. Nietzsche.

Sin embargo esa preocupación por el devenir motivó que el hombre fuera capaz de mensurar, de ponerle acotaciones (convencionales) a lo que aparece como transfondo de nuestra experiencia vital. Segundos, minutos, horas, días, meses, años... nos sirven para medir lo que en sí no tiene límite: el tiempo. Como útil paradigmático para intentar objetivar y convertir en más fácilmente comprensible la mutabilidad, aparece el reloj, instrumento que palpita sin parar recordándonos el paso continuo de la corriente en la nos encontramos inmersos.

Precisamente a este artilugio dedica Charles Baudelaire (1821-1867) uno de los poemas que conforman su obra “Las flores del mal”, el reloj nos recuerda en todo momento el límite existencial consustancial a todo ser viviente, el hombre –gracias a su conciencia- lo sabe y reflexiona sobre ello, siendo el texto que os presento un ejemplo sublime. Es una experiencia-preocupación de carácter universal como evidencia el propio Baudelaire cuando haciéndole "decir" al reloj lo siguiente: “mon gosier de métal parle toutes les langues”.

Aquí tenéis la versión original francesa del texto y su traducción al español.




L'Horloge


Horloge! dieu sinistre, effrayant, impassible,

Dont le doigt nous menace et nous dit: "Souviens-toi!

Les vibrantes Douleurs dans ton coeur plein d'effroi

Se planteront bientôt comme dans une cible;


Le Plaisir vaporeux fuira vers l'horizon

Ainsi qu'une sylphide au fond de la coulisse;

Chaque instant te dévore un morceau du délice

A chaque homme accordé pour toute sa saison.


Trois mille six cents fois par heure, la Seconde

Chuchote: Souviens-toi! - Rapide, avec sa voix

D'insecte, Maintenant dit: Je suis Autrefois,

Et j'ai pompé ta vie avec ma trompe immonde!


Remember! Souviens-toi! prodigue! Esto memor!

(Mon gosier de métal parle toutes les langues.)

Les minutes, mortel folâtre, sont des gangues

Qu'il ne faut pas lâcher sans en extraire l'or!


Souviens-toi que le Temps est un joueur avide

Qui gagne sans tricher, à tout coup! c'est la loi.

Le jour décroît; la nuit augmente; souviens-toi!

Le gouffre a toujours soif; la clepsydre se vide.


Tantôt sonnera l'heure où le divin Hasard,

Où l'auguste Vertu, ton épouse encor vierge,

Où le Repentir même (oh! la dernière auberge!),

Où tout te dira Meurs, vieux lâche! il est trop tard!"



Charles Baudelaire







El reloj


¡Reloj! Dios espantoso, siniestro e impasible,

Cuyo dedo amenaza, diciéndonos "¡recuerda!"

Los vibrantes dolores en tu asustado pecho,

Como en una diana pronto se clavarán;


El placer vaporoso huirá hacia el horizonte

Como escapa una sílfide detrás del bastidor;

Arranca cada instante un trozo de delicia

Concedida a los hombres en su época mejor.


Tres mil seiscientas veces cada hora, el Segundo

Susurra "¡Acuérdate!" -Con voz vertiginosa

De insecto, Ahora dice: "¡Heme otra vez aquí

Ya succioné tu vida con mi trompa asquerosa!"


¡Remember! ¡Esto memor! ¡Pródigo, Acuérdate!

(Mi garganta metálica toda lengua conoce)

Ganga son los minutos, ¡oh, alocado mortal!

Y no hay que abandonarlos sin extraer su oro.


Acuérdate: es el tiempo un tenaz jugador

Que sin trampas te vence en cada envite. Es ley.

Decrece el día, la noche se aproxima; ¡recuerda!

Es voraz el abismo, se vacía la clepsidra.


Pronto sonará la hora en que el divino Azar,

O la augusta Virtud, tu aún intacta esposa,

O el arrepentimiento (¡Oh, esa posada última!)

Todo te dirá "¡Es tarde! ¡Muere, viejo cobarde!"



Charles Baudelaire


lunes, 15 de octubre de 2012

Para pensar....





Por primera vez desde que abrí este blog, realizo dos entradas en un mismo día. La razón que me ha llevado a ello ha sido el ver el vídeo del salto de Baumgartner desde la estratosfera realizado en el día de ayer y escuchar sus palabras previas al mismo. Dejando a un lado la parafernalia espectacular-propagandística, dejando a un lado la posible preparación de la reflexión del austriaco, me ha venido  de modo automático a la mente el cuadro que aparece aquí reproducido.

Y aprovecho todo ello para plantearos unas cuestiones:

1. ¿Quién es el autor de la pintura? ¿y su título?
2. ¿Qué pretendió reflejar en ella?
3. ¿Qué relación hay entre la esencia de la obra pictórica, su finalidad y las imágenes y palabras de Baumgartner?

Entrevista a Martha C. Nussbaum


El pasado sábado día 13 de octubre apareció publicada en el diario E.P. una entrevista a la filósofa Martha C. Nussbaum, que ha sido galardonada por el jurado del Premio Príncipe de Asturias 2012 en el apartado de Ciencias Sociales.

No conozco realmente su filosofía, pero me llamaron la atención poderosamente dos temas que surgieron a lo largo de la charla. El primero fue su trabajo junto con el economista, y premio Nobel, Amartya Sen. En 1986 comenzaron una colaboración en la que Economía y Filosofía se entrelazaron con el fin de renovar el concepto de “desarrollo” que se aplica a cada uno de los países. Como literalmente se nos dice en el texto del periódico, dicho nuevo concepto “lejos de estar basado en los habituales indicadores económicos como el P.I.B. o la renta “per capita” tiene en cuenta los medios que pone un Estado al alcance de sus nacionales para que desarrollen las capacidades que cada ser humano encierra y que ella resume en un decálogo”.

Sin conocer en su totalidad el desarrollo de dicho decálogo, sí me interesó la “humanización” del término desarrollo (ese ideal ilustrado de progreso), al no basarlo únicamente en cifras macroeconómicas que pueden esconder vidas “rentables” pero absolutamente alienadas, como sabemos que ocurre incluso en países denominados “prósperos”.

La segunda cuestión que quiero subrayar fue observar que Nussbaum citaba, en relación a la situación política global que vivimos, a ese tábano ateniense que llevó por nombre Sócrates, y que vivió hace 2400 años. La pensadora estadounidense dice literalmente: “Como ya lo vio Sócrates, la filosofía tiene una capacidad única para producir una vida examinada, es una fuente de razonamientos y de intercambio de argumentos”, nos recuerda cómo el maestro de Platón consideraba que la Filosofía consistía en una forma de vida, en la única que podría dirigir al hombre en su periplo vital. El perfeccionamiento moral (sobre todo a nivel político, en su sentido más amplio) era la meta perseguida, y ello era factible únicamente en diálogo con los demás, pero ese “diá-lógos” necesitaba de una estructura racional determinada, no cabía el hablar por el hablar (tan presente en nuestras tertulias mediáticas y en innúmeros discursos de hoy en día).

Y sigue diciendo Nussbaum “nuestro clima político actual es histérico, dado a las invectivas más que a los argumentos. Necesitamos de la filosofía con la misma urgencia que la Atenas de Sócrates”.

Es significativo el rescate del hombre considerado en el templo de Delfos como el más sabio. También Sócrates pensaba que su época necesitaba una orientación, como ahora Nussbaum lo cree de nuestra escena política actual convulsa debido a una serie de problemas axiológicos y transformaciones que no terminan de devenir en sosiego y estabilidad.

Evidentemente habría mucho que hablar de las consideraciones socrático-platónicas acerca de la democracia, quedémonos con las que nos ayudarían a mejorar nuestro sistema de soberanía popular.

Enlace con la entrevista:



martes, 9 de octubre de 2012

"Los cien táleros de Kant"


Después de un paréntesis algo más largo que en otros años, exactamente desde abril a hoy, retomamos con el nuevo curso este blog de filosofía que ha pretendido desde su origen servir a los alumnos y exalumnos de EE.FF., y a todos aquellos que lo deseen, para acercarse y participar con entradas y/o comentarios acerca de diversos temas relacionados con la Filosofía.

Trasladémonos en este momento a la Prusia (concretamente a Königsberg) de la segunda mitad del siglo XVIII, allí nos encontramos con unos de los nombres principales de la historia del pensamiento: Immanuel Kant. A él le debemos una importantísima obra que lleva como título “Crítica de la razón pura” (K.r.V.), en la que intentará dar solución al problema acerca del conocimiento teórico al que puede acceder el ser humano.

Kant, buen conocedor tanto del racionalismo (con el que trabó contacto en sus primeros años filosóficos) como del empirismo (recordad la famosa idea de su despertar del sueño dogmático gracias a la lectura de D. Hume) desarrolla un idealismo trascendental, que no podrá identificarse plenamente con ninguna de las dos posturas mencionadas.

La cuestión se ceñía especialmente entorno a la Metafísica y su posibilidad como ciencia. Pues bien, acerca de Dios, el principal tema tratado por esa disciplina nominada por Andrónico de Rodas, nos legó Kant un ejemplo archiconocido, el de los cien táleros.

Para empezar hay que poner sobre la mesa una afirmación importante, Kant era creyente, creía en Dios e incluso dicha figura aparecerá como sostén necesario de su moral. Lo que Kant no compartía era esa posibilidad, esgrimida por racionalistas de distintas épocas, de demostrar racionalmente, lógicamente, su existencia.

Para ello introducirá en la K.r.V. el ejemplo antes citado de los táleros. Puedo soñar con que en el bolsillo de mi chaqueta se encuentra tal cantidad de dinero, pero pasar de dicha experiencia onírica a afirmar su existencia real, efectiva, supone un salto excesivo, tan excesivo como el que daban desde hacía siglos aquellos racionalistas a los que criticaba Kant.

Para el pensador prusiano, el uso teórico de la razón tenía, efectivamente, unos límites, más allá de los cuales, “los últimos metafísicos (…) todavía se atreven a delirar” como afirmaba él mismo. Kant necesitaba la existencia de Dios, la deseaba, la anhelaba, la exigía, pero ahí estaba el citado límite cognoscitivo del ser humano. Dicho límite será el que provoque, en palabras de Miguel de Unamuno, “el salto inmortal del hombre Kant”, ya que ese Dios que parecía alejarse de la esfera del hombre en la K.r.V. es “recuperado” como postulado en la “Crítica de la razón práctica” (K.p.V.). Decir postulado, es reconocer la necesidad de una realidad, sin necesidad de su demostración (asumiendo en este caso su imposibilidad).

Aprovecho la ocasión que brinda el ejemplo de las monedas, para recomendar la lectura de un libro del italiano Pietro Emanuele que lleva precisamente como título “Los cien táleros de Kant” (publicada en Alianza Editorial). El autor nos conduce a lo largo de sus páginas por la historia del pensamiento occidental, deteniéndose para ello en cincuenta breves e interesantes estaciones. En las mismas, aprovechando cualquier anécdota relacionada con la obra o la vida del autor en cuestión, traza de forma sucinta un bosquejo acerca de uno o varios aspectos de su filosofía.

Así, quienes se acerquen a la citada obra obtendrán el placer de introducirse en una famosa aporía de Zenón de Elea, en la narración platónica del anillo de Giges, en la consideración de Blaise Pascal sobre el aburrimiento en la vida del hombre, el misterio de la substancia según J. Lock, los juegos del lenguaje de L. Wittgenstein etc. etc.etc.

Anímense, por un más que módico precio disfrutarán con esta oportunidad hacer un rápido repaso por la historia de la Filosofía.