jueves, 30 de junio de 2011

Filosofía de la sospecha.


En el temario que imparto a los alumnos de Filosofía del primer curso de Bachillerato se incluyen los nombres de Karl Marx, Sigmund Freud y Friedrich Nietzsche, son estos pensadores a los que el pensador francés Paul Ricoeur (1913-2005) llamó “filósofos de la sospecha”.

Hagamos un breve repaso a lo que sabéis de los mismos para intentar acercarnos al motivo de tal denominación.

En primer lugar en el texto de Marx visto en clase, extraído de la obra “Contribución a la crítica de la economía política”, encontramos la separación que establece a nivel social entre lo meramente material y lo ideológico. Las ideas –las formas de conciencia de un grupo- decía el autor de “El Capital”, esconden tras de sí el dominio que la clase dominante a nivel económico ejerce sobre los oprimidos y desfavorecidos. Marx ubica estas formas de conciencia en lo que conocemos como “superestructura”, ella contendría la moral, el derecho, la religión, la filosofía, el arte etc vigente en un momento concreto de la historia (aunque este último término cabría matizarlo) y en un lugar dado. La superestructura tendría la finalidad de legitimar y mantener la base o estructura de carácter material que condicionaría a la primera. Nos encontramos pues, con la primera sospecha, en este caso acerca del entramado social que impide la emancipación del ser humano: las ideas vienen determinadas por la base económica, hasta que ésta no caiga no existirá ese ansiado, por Marx, cambio social.

Sigmund Freud, ya desde su primera tópica plantea como “lugar fundamental” para comprender la profundidad de la psique humana el inconsciente. En este caso también hablaríamos de cierto determinismo aunque de un tipo distinto al expuesto por Marx. Para comprender nuestra praxis, sobre todo la que se correspondiera con las patologías investigadas por el padre del psicoanálisis, el método consistiría en bucear hermenéuticamente tras las pistas que nos llevaran ante ese “inquilino negro” que guarda las pulsiones atávicas, los conflictos psicológicos, los recuerdos dolorosos quedando así reprimidos. La cultura, y concretamente uno de sus elementos primordiales, como es la moral, será la que provoque dicha represión; la interiorización de las normas morales que nos son inculcadas mediante la educación intentarían –como el sarcófago de acero que recubre el reactor de Chernobyl- impedir la salida al exterior (a la conciencia) del magma primordial del individuo. Aunque de todas formas, al igual que el mencionado sarcófago posee grietas que provocan escapes radiactivos, la censura queda relajada en ocasiones, permitiendo fugas del inconsciente que llegan de forma disfrazada –de ahí la importancia de la interpretación- al consciente en sueños, en distintos tipos de lapsus (linguae, calami, memoriae), asociaciones de ideas etc.

En tercer lugar presentamos el caso de Friedrich Nietzsche y su “sospecha” de que los pilares de la sociedad de su época están levantados sobre el miedo a la vida, sobre el miedo a la naturaleza humana. Es la aversión al cambio, al devenir, al nacimiento-muerte, términos que caracterizan esencialmente lo vital, lo que hizo que se buscara desesperadamente la solución en ese “Ser” (parmenídeo, socrático, platónico, cristiano) que permite la “ficción” de la deshistorización. El “ente realísimo” posee además una dimensión moral que termina de construir esa alienación en la que el hombre auténtico se ha ido diluyendo, empobreciendo, y que ha provocado esa decadencia denunciada por el pensador de Röcken. El hombre, en resumidas cuentas, queda sometido por lo que él mismo creó. Hay que desenmascarar a la tradición, hacer ver que el “mundo verdadero” a nivel ontológico y axiológico es mera fábula, es aquí también donde radica la posibilidad de emancipación del ser humano.

Como conclusión breve y concisa podríamos decir que en los tres casos de los que hablaba Ricoeur habita la sospecha de que la cultura en la que vivieron escondía una naturaleza humana que quedaba así alienada –laboral, psíquica, moral y ontológicamente-.

lunes, 27 de junio de 2011

Un nuevo enigma


En este caso debéis descubrir a quién debemos las siguientes máximas. Asimismo sería interesante que también explicaseis el origen de su nombre.



Si miras la vida de los hombres y luego sus costumbres, cuando culpan a otros, verás que nadie vive sin faltas.

Sé clemente o inflexible, tal como convenga a la situación; el sabio cambia, sin pecar, sus costumbres según el momento.

Cuando des consejos a alguien y él no te haga caso, si te es persona querida, no cejes en tus intentos.

No te molestes en discutir con los charlatanes: la palabra es patrimonio de todos; la sabiduría, de unos pocos.

Cuando alguien te alabe, no olvides ser tu propio juez; cuando de ti se trate, no creas más a otros que a ti mismo.

No dejes de contar a muchos el favor que te hayan hecho, pero los que tú hagas a otros, cállalos.

No reprendas, viejo ya, las palabras y los actos de la mayoría, si no puedes poner como ejemplo lo que tú hiciste de joven.

No temas a aquella que es el límite de la vida; el que teme a la muerte, pierde incluso lo que vive.

Lo que no puedas conceder, no lo prometas en tus palabras; no seas ligero si pretendes ser hombre honrado.

No caigas en la falta que sueles criticar; mal maestro es aquel que comete la falta que corrige.

Procura no litigar con quien vives en paz; la ira genera odio, la concordia alimenta el amor.

No intentes averiguar si los dioses existen y reinan en el cielo; puesto que eres mortal, ocúpate de las cosas mortales.

Abandona el miedo a la muerte; porque es una completa necedad.

sábado, 18 de junio de 2011

La muerte de Ortega y Gasset en la prensa española (II)


Mi querido amigo Eduardo Pinedo tuvo a bien enviar un comentario a la entrada sobre la muerte de Ortega, me ha parecido muy interesante y pienso que merece aparecer como entrada. Os lo dejo, disfrutenlo.



Es de verdadero interés la entrada de Belén Cano. De todos modos, creo, resulta más lacerante la manipulación de que somos objeto en una sociedad "libre" y "democrática" como la actual, pues por lo mismo resulta menos evidente que bajo un totalitarismo y quizás más dañina. De ahí la importancia de los escritos de autores como Noam Chomsky. Merece la pena echar un vistazo a “Las diez estrategias de Manipulación Mediática” que anda por la red.

Volviendo a Ortega, la manipulación de su muerte no pasó desapercibida y fue denunciada desde primera hora por los estudiantes universitarios. El historiador de la filosofía española, J. L. Abellán, en su libro Ortega y Gasset y los orígenes de la transición española (Espasa Calpe, 2000, Madrid) escribe: "a los que entonces éramos estudiantes se nos hizo muy clara la manipulación de los que aseguraban que Ortega había pedido un sacerdote a última hora y recibido los sacramentos. (...) una conversión a última hora hubiera representado un triunfo inconmensurable para aquellos católicos que todavía entendían el apostolado de manera tan superficial y formalista. Ello les hubiera permitido hablar no solo de conversión a última hora, sino hacer un repudio automático de toda su obra, considerándola una frivolidad, como lo demostraba el hecho de que <> el filósofo había vuelto a las creencias de su infancia y de sus padres, asumiendo la tradición católica de su patria y de su pueblo" (pág. 219). Y a continuación relata la indignación que nació entre los estudiantes universitarios, quienes le rindieron su propio homenaje. Le compraron una corona de laurel con la leyenda “A José Ortega y Gasset, filósofo liberal español” y leyeron páginas de algunas de sus obras en el patio de la Universidad Central. Posteriormente llevaron en procesión dicha corona por las calles de Madrid. Y en el cementerio leyeron una carta en el que los estudiantes reconocían la horfandad en la que se habían quedado incluso bastante antes de la muerte del filósofo.

Por lo demás, Ortega fue denostado sin miramientos por su acatolicismo desde el ámbito académico. Una España nacional-católica no podía aceptar que su mejor filósofo prescindiese de las verdades de la fe. J. L. Abellán reproduce un fragmento del Post scriptum del libro del sacerdote Cesáreo Rodríguez, El <> del krausismo frente a la obra gigante de Menéndez Pelayo, publicada en 1961. Dice así: “la Suprema y Sagrada Congregación del Santo Oficio ha dirigido a los rectores de los seminarios y universidades una circular o carta en la que se ordena lo siguiente. 1º. Que las Obras de Ortega sean retiradas de las Bibliotecas de los mentados centros, si aquellas figuran en estas; 2º que de ningún modo tales Obras estén a mano de los alumnos. Como se ve, tal disposición u orden corrobora lo que hemos dicho en páginas anteriores. (...)¡Pero si precisamente Ortega representa y es la negación de toda la obra de Franco, nuestro egregio Caudillo! En fin, los orteguianos de hoy guardan en sí no pocas semejanzas con los “afrancesados” del pasado siglo, pero ideológicamente aún son -¡y ya es decir!- peores. Una de esas semejanzas se cifra en esto: así como en el orden de las ideas los “afrancesados” se impusieron -¡inmenso infortunio para España!- a los heroicos vencedores, así también los orteguianos se esfuerzan tozuda y sectariamente en lograr el triunfo de su perverso ideario, radical antítesis de nuestra gloriosa Cruzada. ¿Volverá a repetirse ahora ese inmenso infortunio?... ¡Alerta, pues, los buenos españoles! ¡Y también alerta, sobre todo, las autoridades: la civil y la eclesiástica! Cuánto habrá que deplorar, si de un golpe no se le cortan sus siete cabezas a la tan perniciosa hidra orteguiana...” (págs. 242-243).

Y es sólo un botón de muestra.

lunes, 13 de junio de 2011

Anacarsis el escita


La pasada semana fallecía en París Jorge Semprún, escritor y político que llegó a ser ministro de cultura en uno de los gobiernos de Felipe González. Siempre en su biografía se ha señalado un momento clave: su estancia en el campo de concentración nazi de Buchenwald, casualmente en donde también estuvo recluido S. Hessel. En uno de los homenajes que estos días se le han tributado a Semprún en la capital francesa, Anne Hidalgo, vicealcaldesa de dicha ciudad y nieta de republicanos españoles, dijo de él: “Me enseñó que se pueden tener dos lenguas maternas, que se puede amar a dos países, sin que eso sea un problema o una tragedia”.

Estas palabras sobre el intelectual español nos van a trasladar hasta la antigua Grecia, y concretamente a la figura de Anacarsis el escita (ss. VII-VI a.C.). Es este un nombre importante en el acervo cultural heleno, hasta tal punto que incluso ocupó, en algunas versiones, el disputado séptimo lugar de entre los famosos siete sabios de Grecia –además aparece citado puntualmente por Platón en el libro X de La República-. ¿Por qué unir la frase de Hidalgo con el sabio de Escitia? Pues porque a este último se le recuerda como alguien que, siendo bárbaro, escapó a encorsetados límites culturales y se adentró en una sociedad distinta –la griega- con el simple ánimo de observar y aprender de la diversidad. En sus palabras críticas casi todo es señalado como diana, parece ser que fue gran conocedor de las reformas de Solón –pilares de la futura democracia ateniense- con quien la tradición une en cercana relación (ver en la selección de textos su opinión sobre las mencionadas reformas).

Anacarsis, aunque con acento bárbaro, aprendió el griego y se sintió cercano a ese pueblo que escrutaba con interés, y no únicamente al ateniense ya que admiraba profundamente el lenguaje conciso y exacto de los lacedemonios o laconios (de este gentilicio procede el término español lacónico).

Sin embargo esa ilustración aprehendida tras su paso por tierras helenas lo condujo a la muerte. En un ejemplo de intolerancia, de rechazo y miedo a lo culturalmente importado, Anacarsis fue muerto por una flecha –disparada por un familiar- mientras daba gracias, según un ritual aprendido en su viaje, por haber llegado sano y salvo de su travesía marítima. Curiosamente en varios de los fragmentos que recogen sus palabras nos dejó la evidencia de su terror a los viajes en barco. El historiador Heródoto narra así su final:

“Al llegar a Escitia, se adentró en la región que lleva el nombre de Hilea... y en esa región celebró con todos sus ritos la fiesta en honor a la diosa; es decir, con un timbal en la mano y con imágenes colgadas del cuerpo. Pero un escita lo vio mientras estaba realizando el ritual e informó al rey Saulio. Se llegó entonces el monarca en persona y al ver a Anacarsis haciendo aquello lo mató de un flechazo. Y en la actualidad si alguien recaba información sobre Anacarsis los escitas dicen que no lo conocen debido simplemente a que viajó hasta Grecia y adoptó costumbres extranjeras” (Heródoto., IV 76-77).

Una muerte, la que padeció Anacarsis, que se antoja galdosiana si pensamos en aquella obra del escritor canario titulada “Doña Perfecta”. Permitidme el salto en el tiempo, por segunda vez en el texto, pero creo que merece la pena recordar la novela del autor insular. En ella Pepe Rey, uno de los protagonistas, nacido en un pequeño pueblo viaja a la capital para realizar sus estudios, de vuelta, ya adulto, se encuentra con una villa que no admite esas nuevas ideas descubiertas en su viaje. El final de la obra ejemplifica el superlativo sentimiento de animadversión ante la nueva concepción del mundo de Pepe Rey, y éste es asesinado por mandato de su tía.

Dos ejemplos de intransigencia ante formas distintas de entender la realidad en un grupo concreto, dos formas de plasmar que desgraciadamente distintas concepciones pueden dar lugar a hostilidades con resultados fatales como en los dos casos citados.

La posición libre y autónoma del escita parece estar detrás del reconocimiento que obtuvo posteriormente por parte de los filósofos cínicos. Estos se veían reflejados en la defensa de lo natural (phýsis) frente a lo convencional (nómos) que defendía Anacarsis –ver en la selección de textos la comparación entre el bufón y el mono-.

Recomiendo encarecidamente el libro de Carlos García Gual titulado “Los siete sabios (y tres más)” que podéis encontrar en Alianza Editorial, me he basado en él para la información que sobre Anacarsis he presentado anteriormente, quisiera finalizar esta entrada con una selección de fragmentos relacionados con el curioso cosmopolita.

(Estobeo, Florilegio, 4, 29-16). Como alguno le echara en cara a Anacarsis ser escita, le dijo: “Lo soy por estirpe, pero no por carácter”.

(Gnomologio Vaticano 17) Como se encontrara él (Anacarsis) jugando a las tabas y le amonestaran diciéndole que por qué jugaba, respondió: “Como los arcos tensados todo el tiempo se quiebran, pero si los aflojan están preparados para su uso en los menesteres de la vida, así también la razón se fatiga de volver siempre sobre las mismas cosas”.

(Ateneo, 14.613 D). Bien se también que Anacarsis el escita en un banquete permaneció serio cuando introdujeron a un bufón, y se echó a reír cuando trajeron a un mono, y dijo que éste es gracioso por naturaleza, y el hombre por oficio.

(Estobeo, Florilegio, 3.2.42). Al preguntarle uno a Anacarsis el escita qué enemigos tienen los humanos, dijo “Ellos de sí mismos”.

(Diógenes Laercio, I 105 = Gnomologio Vaticano). Decía que es mejor tener un solo amigo muy valioso, que muchos que no valen nada.

(Gnomologio Vaticano, 135). Él decía: “Cuando me elogian muchos, entonces pienso que no valgo nada; cuando unos pocos, (que soy) una persona digna”.

(Gnomologio Vaticano 16). El mismo al preguntarle uno por qué los envidiosos andan siempre quejándose, contestó: “Porque no sólo les hieren sus propios males, sino que les afligen también los bienes ajenos”.

(Diógenes Laercio, I 102). Asaeteado por su hermano en una cacería murió, diciendo que por la razón se había salvado entre los griegos y por la envidia perecía en su propio país.

(Diógenes Laercio, I 105). Preguntado qué tienen los hombres bueno y malo, dijo: “La lengua”.

(Plutarco, Solon 5.4). Conque, al preguntarle a Anacarsis, dicen que ridiculizó el empeño de Solón, quien pensaba contener con sus escritos las injusticias y excesos de sus conciudadanos diciendo que (sus leyes) no se diferenciaban de las telas de araña, sino que, como aquéllas, retendrían a los débiles y flojos que cayeran en ellas, pero serían desgarradas por los poderosos y ricos.

(Diógenes Laercio, I 103). Decía que se admiraba de cómo los griegos que fijaban leyes contra los que practicaban la violencia, daban honores a los atletas por pegarse unos a otros.

(Plutarco, Banquete de los siete sabios, 11.154 a). (Acerca de la mejor democracia...) Anacarsis dijo que es aquella en la que, siendo consideradas iguales las demás cosas, lo mejor se define por la virtud y lo peor por el vicio.

(Diógenes Laercio, I 103). Al enterarse de que el espesor del casco de la nave era de cuatro dedos, dijo que eso sólo distan los navegantes de la muerte.

(Diógenes Laercio, I 104). “¿Cómo –decía-, prohibiendo el engañar, en los tratos comerciales se engañan a las claras?”

(Gnomologio Vaticano, 21). Al ser preguntado por uno qué tipo de muerte es más dura, dijo: “La de los afortunados”.

miércoles, 8 de junio de 2011

La muerte de Ortega y Gasset en la prensa española.


Hoy en día nadie duda de la importancia y del papel de la imagen en nuestra sociedad, si esa imagen es la de un rostro todos conocemos el poder de acción que puede llegar a tener. Una cara, un gesto pueden decir y pueden trasmitir sentimientos y emociones diversas. Si además pertenecen a alguien “molesto” en algún círculo político, es habitual que se tienda a ocultar dicha figura –recordemos por ejemplo cómo Trotsky fue borrado de la famosa foto de Lenin en la tribuna arengando a los soldados-. Lo que ocurre con el aspecto físico sirve asimismo para el ideológico, la heterodoxia –no olviden la etimología del termino- es perseguida, ocultada, negada. Obvio es que –aunque no únicamente- estos procedimientos son más claramente observables en regímenes no democráticos.


Después de esta pequeña introducción debemos situarnos en una España que no vivía en libertad, exactamente en la España de octubre de 1955; el día dieciocho de dicho mes falleció en Madrid el ilustre pensador José Ortega y Gasset. Como es bien sabido Ortega apoyó durante un tiempo la II república española –aunque después se distanciara de ella- y además formó parte del grupo de españoles que se exiliaron del franquismo –aunque según muchos por un espacio de tiempo realmente exiguo-.


El régimen dictatorial recelaba claramente de un pensador que en ningún momento había presentado a Dios como la clave de bóveda de su obra y que además políticamente se había identificado con el enemigo. Así, cuando acaeció el óbito, la prensa nacional tuvo que ajustarse a las directrices oficiales como podemos observar en este fragmento de un artículo del periodista gallego Fermín Galindo Arranz, en donde se nos recuerda el tratamiento que la prensa dio la noticia:


La prensa de Bilbao trató la muerte del filósofo conforme a la consigna emitida por el Ministerio de Información y Turismo el dieciocho de octubre de 1955:
"Cada periódico puede publicar hasta tres artículos sobre el fallecimiento de Ortega y Gasset: una biografía y dos comentarios. Todos los artículos sobre la filosofía del escritor han de poner de relieve sus errores en materia religiosa. Podrán publicarse fotografías de la cámara mortuoria en la primera página, de la mascarilla o del cadáver, pero no fotografías de Ortega en vida".


(Galindo Arranz, Fermín (1999): La muerte de Ortega, en la prensa de Bilbao. Revista Latina de Comunicación Social, 13.)


Como podéis observar, en la misiva del Ministerio de Información y Turismo encontramos los dos ámbitos a combatir; el puramente físico y el ideológico. Es importante reseñar en el primero de los mismos cómo se niega la posibilidad de reproducir una imagen de Ortega vivo, había que recalcar la “desaparición” del intelectual, el fin del mismo. Una vez evidenciada su desactivación vital se procedía a la filosófica, Ortega había muerto –ya no estaba- y además había que ajustar cuentas con su pensamiento, éste tenía que ser corregido, puesto en su lugar. Incluso más adelante en el texto de Galindo Arranz observamos cómo la información ortodoxa hacía hincapié, en concreto el diario Ya, en una supuesta –al parecer nunca confirmada, y presumiblemente falsa- reconciliación del filósofo con la religión cristiana:


Madrid- Con el título "Ortega y Gasset se reconcilia con la Iglesia", el periódico "Ya" publica esta mañana la siguiente información: "El estado de salud de don José Ortega y Gasset decayó algo el sábado pasado, pero el domingo al mediodía volvía a experimentar, dentro siempre de la persistencia y alarmante gravedad, una ligera mejoría. Con todo, el lunes por la tarde, la gravedad se acentúo y el ilustre paciente, al que rodean su esposa e hijos y contados discípulos y amigos, mostró deseos de reconciliarse con la Iglesia y según nuestras noticias, se confesó con el padre Félix García, con quien en los últimos tiempos mantenía contacto y amistad".


Galindo Arranz, Fermín (1999): La muerte de Ortega, en la prensa de Bilbao. Revista Latina de Comunicación Social, 13.)


Aquí os dejo el enlace directo a la portada de ABC de Madrid del 19 de octubre de 1955. En ella aparece la máscara mortuoria de Ortega, cumpliendo así con las medidas impuestas por el Ministerio citado anteriormente.

http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1955/10/19/001.html