lunes, 22 de octubre de 2012

El reloj (Ch. Baudelaire).


Hace algunos días mis alumnos de primero de Bachillerato tuvieron su primer contacto con la filosofía de Parménides de Elea y de su discípulo Zenón. Como es habitual, dicho pensamiento provocó el desconcierto en mis sufridos oyentes, no pensaban que estuviera hablando en serio cuando les exponía cómo para el eleata, la pluralidad, el cambio y el movimiento era meras ilusiones que nos transmitían nuestros sentidos, y que por lo tanto no eran reales. Les resultaba enormemente extraño que Parménides, en su vía epistemológica de la verdad, únicamente considerase la existencia de un Ser verdadero, que caracterizaba además como único, ingénito, imperecedero, inmutable, indivisible.

La perplejidad de los alumnos está totalmente justificada, desde nuestra infancia observamos, interiorizamos y asumimos todo aquello que precisamente pone en tela de juicio el filósofo al que nos estamos refiriendo. ¿El nacimiento, el cambio, la muerte no poseen verdadera realidad?, ¿y qué ocurre con el tiempo? ¿no es verdad que continuamente nos resulta palpable su acción?

Esa relación excluyente entre lo captado por los sentidos y lo accesible a la razón, con el triunfo de esta última, supuso la base de lo que pocos siglos después comenzó a denominarse Metafísica. Es innegable la importancia que ese concepto de Ser tendría en el desarrollo de la filosofía occidental, basta recordar las definiciones universales en materia de moral que buscaba Sócrates, la definición ontológica de las Ideas platónicas, el “ente realísimo” (como gustaba decir Nietzsche) de la tradición judeo-cristiana etc. Es común a estas consideraciones acerca del Ser como “óntos ón” (realmente real) el deshistorizar, el banalizar el devenir, el tiempo que actúa sobre la realidad sensible, como criticaría en su momento el ya citado F. Nietzsche.

Sin embargo esa preocupación por el devenir motivó que el hombre fuera capaz de mensurar, de ponerle acotaciones (convencionales) a lo que aparece como transfondo de nuestra experiencia vital. Segundos, minutos, horas, días, meses, años... nos sirven para medir lo que en sí no tiene límite: el tiempo. Como útil paradigmático para intentar objetivar y convertir en más fácilmente comprensible la mutabilidad, aparece el reloj, instrumento que palpita sin parar recordándonos el paso continuo de la corriente en la nos encontramos inmersos.

Precisamente a este artilugio dedica Charles Baudelaire (1821-1867) uno de los poemas que conforman su obra “Las flores del mal”, el reloj nos recuerda en todo momento el límite existencial consustancial a todo ser viviente, el hombre –gracias a su conciencia- lo sabe y reflexiona sobre ello, siendo el texto que os presento un ejemplo sublime. Es una experiencia-preocupación de carácter universal como evidencia el propio Baudelaire cuando haciéndole "decir" al reloj lo siguiente: “mon gosier de métal parle toutes les langues”.

Aquí tenéis la versión original francesa del texto y su traducción al español.




L'Horloge


Horloge! dieu sinistre, effrayant, impassible,

Dont le doigt nous menace et nous dit: "Souviens-toi!

Les vibrantes Douleurs dans ton coeur plein d'effroi

Se planteront bientôt comme dans une cible;


Le Plaisir vaporeux fuira vers l'horizon

Ainsi qu'une sylphide au fond de la coulisse;

Chaque instant te dévore un morceau du délice

A chaque homme accordé pour toute sa saison.


Trois mille six cents fois par heure, la Seconde

Chuchote: Souviens-toi! - Rapide, avec sa voix

D'insecte, Maintenant dit: Je suis Autrefois,

Et j'ai pompé ta vie avec ma trompe immonde!


Remember! Souviens-toi! prodigue! Esto memor!

(Mon gosier de métal parle toutes les langues.)

Les minutes, mortel folâtre, sont des gangues

Qu'il ne faut pas lâcher sans en extraire l'or!


Souviens-toi que le Temps est un joueur avide

Qui gagne sans tricher, à tout coup! c'est la loi.

Le jour décroît; la nuit augmente; souviens-toi!

Le gouffre a toujours soif; la clepsydre se vide.


Tantôt sonnera l'heure où le divin Hasard,

Où l'auguste Vertu, ton épouse encor vierge,

Où le Repentir même (oh! la dernière auberge!),

Où tout te dira Meurs, vieux lâche! il est trop tard!"



Charles Baudelaire







El reloj


¡Reloj! Dios espantoso, siniestro e impasible,

Cuyo dedo amenaza, diciéndonos "¡recuerda!"

Los vibrantes dolores en tu asustado pecho,

Como en una diana pronto se clavarán;


El placer vaporoso huirá hacia el horizonte

Como escapa una sílfide detrás del bastidor;

Arranca cada instante un trozo de delicia

Concedida a los hombres en su época mejor.


Tres mil seiscientas veces cada hora, el Segundo

Susurra "¡Acuérdate!" -Con voz vertiginosa

De insecto, Ahora dice: "¡Heme otra vez aquí

Ya succioné tu vida con mi trompa asquerosa!"


¡Remember! ¡Esto memor! ¡Pródigo, Acuérdate!

(Mi garganta metálica toda lengua conoce)

Ganga son los minutos, ¡oh, alocado mortal!

Y no hay que abandonarlos sin extraer su oro.


Acuérdate: es el tiempo un tenaz jugador

Que sin trampas te vence en cada envite. Es ley.

Decrece el día, la noche se aproxima; ¡recuerda!

Es voraz el abismo, se vacía la clepsidra.


Pronto sonará la hora en que el divino Azar,

O la augusta Virtud, tu aún intacta esposa,

O el arrepentimiento (¡Oh, esa posada última!)

Todo te dirá "¡Es tarde! ¡Muere, viejo cobarde!"



Charles Baudelaire


1 comentario:

  1. opino, que para los alumnos de escuelas francesas, la traduccion sobraba :)

    ResponderEliminar