lunes, 13 de junio de 2011

Anacarsis el escita


La pasada semana fallecía en París Jorge Semprún, escritor y político que llegó a ser ministro de cultura en uno de los gobiernos de Felipe González. Siempre en su biografía se ha señalado un momento clave: su estancia en el campo de concentración nazi de Buchenwald, casualmente en donde también estuvo recluido S. Hessel. En uno de los homenajes que estos días se le han tributado a Semprún en la capital francesa, Anne Hidalgo, vicealcaldesa de dicha ciudad y nieta de republicanos españoles, dijo de él: “Me enseñó que se pueden tener dos lenguas maternas, que se puede amar a dos países, sin que eso sea un problema o una tragedia”.

Estas palabras sobre el intelectual español nos van a trasladar hasta la antigua Grecia, y concretamente a la figura de Anacarsis el escita (ss. VII-VI a.C.). Es este un nombre importante en el acervo cultural heleno, hasta tal punto que incluso ocupó, en algunas versiones, el disputado séptimo lugar de entre los famosos siete sabios de Grecia –además aparece citado puntualmente por Platón en el libro X de La República-. ¿Por qué unir la frase de Hidalgo con el sabio de Escitia? Pues porque a este último se le recuerda como alguien que, siendo bárbaro, escapó a encorsetados límites culturales y se adentró en una sociedad distinta –la griega- con el simple ánimo de observar y aprender de la diversidad. En sus palabras críticas casi todo es señalado como diana, parece ser que fue gran conocedor de las reformas de Solón –pilares de la futura democracia ateniense- con quien la tradición une en cercana relación (ver en la selección de textos su opinión sobre las mencionadas reformas).

Anacarsis, aunque con acento bárbaro, aprendió el griego y se sintió cercano a ese pueblo que escrutaba con interés, y no únicamente al ateniense ya que admiraba profundamente el lenguaje conciso y exacto de los lacedemonios o laconios (de este gentilicio procede el término español lacónico).

Sin embargo esa ilustración aprehendida tras su paso por tierras helenas lo condujo a la muerte. En un ejemplo de intolerancia, de rechazo y miedo a lo culturalmente importado, Anacarsis fue muerto por una flecha –disparada por un familiar- mientras daba gracias, según un ritual aprendido en su viaje, por haber llegado sano y salvo de su travesía marítima. Curiosamente en varios de los fragmentos que recogen sus palabras nos dejó la evidencia de su terror a los viajes en barco. El historiador Heródoto narra así su final:

“Al llegar a Escitia, se adentró en la región que lleva el nombre de Hilea... y en esa región celebró con todos sus ritos la fiesta en honor a la diosa; es decir, con un timbal en la mano y con imágenes colgadas del cuerpo. Pero un escita lo vio mientras estaba realizando el ritual e informó al rey Saulio. Se llegó entonces el monarca en persona y al ver a Anacarsis haciendo aquello lo mató de un flechazo. Y en la actualidad si alguien recaba información sobre Anacarsis los escitas dicen que no lo conocen debido simplemente a que viajó hasta Grecia y adoptó costumbres extranjeras” (Heródoto., IV 76-77).

Una muerte, la que padeció Anacarsis, que se antoja galdosiana si pensamos en aquella obra del escritor canario titulada “Doña Perfecta”. Permitidme el salto en el tiempo, por segunda vez en el texto, pero creo que merece la pena recordar la novela del autor insular. En ella Pepe Rey, uno de los protagonistas, nacido en un pequeño pueblo viaja a la capital para realizar sus estudios, de vuelta, ya adulto, se encuentra con una villa que no admite esas nuevas ideas descubiertas en su viaje. El final de la obra ejemplifica el superlativo sentimiento de animadversión ante la nueva concepción del mundo de Pepe Rey, y éste es asesinado por mandato de su tía.

Dos ejemplos de intransigencia ante formas distintas de entender la realidad en un grupo concreto, dos formas de plasmar que desgraciadamente distintas concepciones pueden dar lugar a hostilidades con resultados fatales como en los dos casos citados.

La posición libre y autónoma del escita parece estar detrás del reconocimiento que obtuvo posteriormente por parte de los filósofos cínicos. Estos se veían reflejados en la defensa de lo natural (phýsis) frente a lo convencional (nómos) que defendía Anacarsis –ver en la selección de textos la comparación entre el bufón y el mono-.

Recomiendo encarecidamente el libro de Carlos García Gual titulado “Los siete sabios (y tres más)” que podéis encontrar en Alianza Editorial, me he basado en él para la información que sobre Anacarsis he presentado anteriormente, quisiera finalizar esta entrada con una selección de fragmentos relacionados con el curioso cosmopolita.

(Estobeo, Florilegio, 4, 29-16). Como alguno le echara en cara a Anacarsis ser escita, le dijo: “Lo soy por estirpe, pero no por carácter”.

(Gnomologio Vaticano 17) Como se encontrara él (Anacarsis) jugando a las tabas y le amonestaran diciéndole que por qué jugaba, respondió: “Como los arcos tensados todo el tiempo se quiebran, pero si los aflojan están preparados para su uso en los menesteres de la vida, así también la razón se fatiga de volver siempre sobre las mismas cosas”.

(Ateneo, 14.613 D). Bien se también que Anacarsis el escita en un banquete permaneció serio cuando introdujeron a un bufón, y se echó a reír cuando trajeron a un mono, y dijo que éste es gracioso por naturaleza, y el hombre por oficio.

(Estobeo, Florilegio, 3.2.42). Al preguntarle uno a Anacarsis el escita qué enemigos tienen los humanos, dijo “Ellos de sí mismos”.

(Diógenes Laercio, I 105 = Gnomologio Vaticano). Decía que es mejor tener un solo amigo muy valioso, que muchos que no valen nada.

(Gnomologio Vaticano, 135). Él decía: “Cuando me elogian muchos, entonces pienso que no valgo nada; cuando unos pocos, (que soy) una persona digna”.

(Gnomologio Vaticano 16). El mismo al preguntarle uno por qué los envidiosos andan siempre quejándose, contestó: “Porque no sólo les hieren sus propios males, sino que les afligen también los bienes ajenos”.

(Diógenes Laercio, I 102). Asaeteado por su hermano en una cacería murió, diciendo que por la razón se había salvado entre los griegos y por la envidia perecía en su propio país.

(Diógenes Laercio, I 105). Preguntado qué tienen los hombres bueno y malo, dijo: “La lengua”.

(Plutarco, Solon 5.4). Conque, al preguntarle a Anacarsis, dicen que ridiculizó el empeño de Solón, quien pensaba contener con sus escritos las injusticias y excesos de sus conciudadanos diciendo que (sus leyes) no se diferenciaban de las telas de araña, sino que, como aquéllas, retendrían a los débiles y flojos que cayeran en ellas, pero serían desgarradas por los poderosos y ricos.

(Diógenes Laercio, I 103). Decía que se admiraba de cómo los griegos que fijaban leyes contra los que practicaban la violencia, daban honores a los atletas por pegarse unos a otros.

(Plutarco, Banquete de los siete sabios, 11.154 a). (Acerca de la mejor democracia...) Anacarsis dijo que es aquella en la que, siendo consideradas iguales las demás cosas, lo mejor se define por la virtud y lo peor por el vicio.

(Diógenes Laercio, I 103). Al enterarse de que el espesor del casco de la nave era de cuatro dedos, dijo que eso sólo distan los navegantes de la muerte.

(Diógenes Laercio, I 104). “¿Cómo –decía-, prohibiendo el engañar, en los tratos comerciales se engañan a las claras?”

(Gnomologio Vaticano, 21). Al ser preguntado por uno qué tipo de muerte es más dura, dijo: “La de los afortunados”.

1 comentario:

  1. Muy buena la selección de citas de la entrada que, como siempre, también es genial. I.

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