El pasado día 12 de octubre el
escritor y economista venezolano Moisés Naím publicó un artículo en el diario
El País titulado “A qué le temen los banqueros”,
en él nos recuerda que en estos días el mundo de la banca asiste a una serie de
reuniones de máximo nivel –sobre todo para sus intereses- como las del Fondo
Monetario Internacional (F.M.I.) y el Banco Mundial (B.M.). Tras dar cabida en
el texto tanto a las reticencias que dicho colectivo provoca en el ciudadano de
a pie como a los problemas reales, que según el autor, aun tienen a la banca en
una suerte de equilibrio sobre el abismo, Naím hace referencia cómo ciertos
temas que protagonizaron en un pasado reciente dichas reuniones están dando
paso a otros que en el presente se están imponiendo.
Deseo centrarme concretamente en
una de esas cuestiones que de forma novedosa están ganando espacio en las
agendas tratadas en la cúspide del mundo financiero; la desigualdad social, o
como se nos dice en el texto “la inequidad económica”. De momento suena todo
muy bien, pero claro, hay algo que se deja entrever en el texto y que será
clave para esta entrada de blog, y es la posibilidad de que esa preocupación
por la injusticia no nazca de un sincero deseo de equilibrio y justicia social
por parte de los banqueros, sino que realmente lo que preocupase fuese dicho
problema únicamente como fuente y causa de posibles revueltas y conflictos sociales que a
su vez pudiesen hacer empeorar aun más la débil situación por la que
atraviesan muchos países, y por ende acabar afectando a sus intereses.
De hecho el artículo finaliza de
una forma realmente sintomática, en la que observamos cómo el sentimiento
fundado en una “realpolitik” –la política pragmática pura y dura al margen de
corsés teóricos y éticos- parece imponerse a una concepción moral del asunto del que
se nos habla.
En dicho fragmento conviene reseñar
la esencial importancia tanto de expresiones como “no importa si…” o como ese “lo interesante es…” para
evidenciar que, en un primer momento, no es de la buena voluntad de lo que aquí
se habla.
“Finalmente, una cuestión que surge cada vez con más
frecuencia es la desigualdad. En los círculos financieros hay más conciencia de
que la inequidad económica, la exclusión social y otros tipos de injusticia ya
no pueden ser tolerados o encubiertos como en el pasado. Los banqueros no
tienen soluciones para esto. Pero es muy llamativo que en las reuniones donde
la principal preocupación es cómo hacer más dinero, ahora aparezca de manera
recurrente la preocupación de cómo hacer para que la inequidad no se convierta
en una fuente de inestabilidad.
No importa si esta preocupación se debe a que hay más
conciencia social entre los banqueros o a su miedo a que los estallidos
sociales perjudiquen sus negocios. Lo interesante es que un tema que antes no
formaba parte de estas conversaciones ahora es omnipresente” (Moisés Naím)
Aprovechemos este planteamiento
para recordar nociones básicas de la moral de I. Kant. La buena voluntad del
hombre de la que nos habla el pensador de Königsberg (“Es imposible imaginar
nada en el mundo o fuera de él que pueda ser llamado absolutamente bueno,
excepto la buena voluntad” nos dice el filósofo) no puede estar en ningún
momento dirigida por el interés. La buena voluntad actúa siempre “por deber”, y
esto no significa más que la necesidad que tiene de respetar la ley moral que
emana de la propia razón.
La ley moral que es universal, no
admite la idea de un bien supremo establecido empíricamente (a posteriori) como
el que quizás tengan las personas reunidas estos días en Washington –por
ejemplo el beneficio particular de sus negocios financieros-. Kant sólo admite
como realmente morales las acciones hechas “por deber” (y que respetan las
distintas formulaciones del imperativo categórico) no las realizadas “conforme
al deber” es decir, las que “aparentemente” cumplen con la moralidad, pero
esconden realmente un miedo egoísta a indeseables consecuencias que nos
afectarían personalmente.
Las formulaciones más conocidas
del imperativo categórico (mandato moral no hipotético sino necesario) Kantiano,
donde además se hace patente que nunca el interés propio debe ser motor de
nuestras acciones, son las siguientes:
“Obra sólo según una máxima tal que
puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal".
"Obra
de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de
cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un
medio".
Por lo tanto, efectivamente, y
sorprende en un primer momento gratamente, el problema de la desigualdad social
se ha introducido en las reuniones de alto nivel de las que hablamos, pero cabe
la posibilidad (espero sinceramente que no) de que no por una sincera, honesta
y moral preocupación por los más desfavorecidos, sino simplemente por miedo a
las consecuencias globales de manifestaciones y revueltas –no debemos olvidar
las imágenes del Brasil (emergente) de este pasado verano durante la
celebración de la copa confederaciones de fútbol-.
Añadir además, ya para finalizar,
la importancia de la reflexión moral kantiana que nos impele a investigar el “cómo
deben ser” nuestras acciones y nuestro
mundo, e intentar conseguir esa anhelada transición del deber-ser al ser; es
decir no olvidar nunca el intento de hacer factible la utopía moral. Partiendo
de un estudio a priori (condición para la universalidad) de la razón, llegar a
una mejora del mundo factual de hechos en el que nos movemos a diario.
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