JOSEPH CONRAD
EL TITANIC
La editorial Gadir pone a nuestra disposición la posibilidad de acceder a
dos textos de Conrad escritos para la English
Review en el mismo año 1912. El volumen incluye un interesante prólogo de
Fernando Baeta que subraya cuáles son los resortes que movieron al antiguo
marinero a involucrarse en la polémica.
Ambos artículos rezuman saber
acerca del tema tratado, el escritor inmerso durante años en el mundo del mar
usa esa perspectiva privilegiada para realizar un verdadero examen moral acerca
del ser humano y en concreto sobre una época que se asomaba a su fin.
El Titanic con sus 269 metros de
eslora, su altura equivalente a once pisos y sus 52.310 de peso se erigió según
Conrad en la representación material del orgullo y la soberbia humana. La
historia del fin de la prestigiosa nave escondería, por tanto, una serie de
muestras esenciales sobre la condición humana. En un mercado naval que todavía
copaba los viajes entre Europa y América la lucha entre compañías por destacar
sobre el resto se había convertido en una verdadera guerra, de hecho en esos
años se concedía la famosa cinta azul (Blue Ribbon) a la naviera a la que
perteneciera el barco que cruzase el Atlántico en menos tiempo.
La jerarquía axiológica de la que
se hace eco el escritor británico es evidente, primaba la economía y el
negocio, es decir el mercantilismo a ultranza; de hecho el Titanic, junto con
otros dos navíos tenía como finalidad mejorar las finanzas de la debilitada
White Star Line (compañía a la que perteneció durante su breve vida) que
necesitó de inversores norteamericanos para llevar a cabo el proyecto.
La fórmula fue muy simple, aunar
grandiosidad y lujo sin límites para atraer a las grandes fortunas del momento
y obviar las sencillas, razonables y mínimas medidas morales y de ingeniería.
Estas últimas en opinión de Conrad eran realmente simples, el desproporcionado
tamaño y peso del barco se antojaron necesarios para albergar un verdadero “hotel
de lujo” pero a la vez constituyeron una trampa mortal a la hora de navegar. Las
morales son quizás las más conocidas para todos nosotros; no había botes
salvavidas para todos, y existió una ignominiosa discriminación con la segunda
y sobre todo la tercera clase a la hora de la ubicación y posterior evacuación
del navío.
La idea básica que se desprende
de estos escritos es la de una reflexión acerca de una noción acrítica de
progreso. Conrad desarrolla una denuncia que podemos relacionar con la teoría
crítica de Max Horkheimer (1895-1973) y Theodor W. Adorno (1903-1969), la
denuncia de las consecuencias de una creencia en las posibilidades casi sin
límites de la razón con el fin de dominar la Naturaleza y así acrecentar el
poder del hombre. Es dicha creencia la que parece dar síntomas de necesitar una
reconsideración cuando la Naturaleza sigue mostrando su cara más desafiante
como por ejemplo en la muerte de 1.517 personas en un naufragio como el del
Titanic.
Sobre el devenir de esa concepción
moderna de progreso, la teoría crítica nos advierte que el hombre puede
alejarse del ideal emancipador y caer en una telaraña de la que le sea
imposible salir –nos encontraríamos con la indeseable transición de la deseada
liberación de los hombres a la alienación de los mismos-. Así, la historia de
la gestación y del hundimiento del Titanic representarían el fruto de una razón
meramente instrumental, que no tiene en cuenta, que no problematiza los fines
perseguidos, dichos fines son tomados como absolutos y buscar e idear su
consecución se convierte en lo único verdaderamente “racional”. Los artículos a
los que me estoy refiriendo parecen ser una llamada de atención, que
desgraciadamente no tuvo éxito alguno en su momento, Baeta en su prólogo nos
dice: “La tragedia del Titanic no solo
fue el hundimiento de uno de los sueños más grandes jamás creado por el hombre
hasta entonces, fue por encima de todo, el violento despertar de una ambición,
el naufragio de una época, el aniquilamiento de una forma de vivir y de ver la
realidad”.
No olvidemos asimismo, y es
interesante recordarla, esa imagen común de la navegación como símil de la vida
del hombre, en este caso la descomunal nave podría representar a toda una
concepción de la razón, de los medios y fines que el hombre considera en su
vida. Por ello podemos usar la tragedia de 1912 como símbolo de un fin de época
o incluso de siglo, no olvidemos que tan solo dos años después estallaría la Primera
Guerra Mundial (1914-1918), y que historiadores como Eric Hobsbawn señalan la
Gran Guerra como el verdadero comienzo del siglo XX y de un nuevo periodo
dentro de nuestra Historia.
Para finalizar únicamente
quedaría plantear una importante cuestión: ¿qué ha aprendido el hombre, si
efectivamente podemos hablar de algo, de los sucesivos naufragios a los que ha
asistido desde ese “amanecer” del siglo XX?
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