viernes, 18 de noviembre de 2011

Texto de Ortega y Gasset.


Al hilo del artículo del catedrático Gómez Pin al que dediqué la última entrada, y habiendo reflexionado sobre el mismo, vino a mi mente la claridad meridiana con la que Ortega expresa esa situación problemática del hombre que se encuentra ante el reto de conocer el mundo que le rodea, y conocerse a sí mismo, en lo que comúnmente llamamos vida.


Como me gusta recordarles a mis alumnos, Ortega nos dice, en numerosos pasajes, que la experiencia vital de cada uno –nuestra vida- demanda una comprensión, un saber a qué atenernos. Señalemos que precisamente la imposibilidad de separarnos de nuestra circunstancia, a la que debemos dotar de sentid, sustenta la crítica a ese yo-ficción del racionalismo.


Gómez Pin en su artículo reivindicaba el acceso a toda aquella información que pudiese ayudarnos, socorrernos –nunca mejor dicho- en esta experiencia de otorgar un significado a ese lapso de tiempo que deviene entre nuestro nacimiento y nuestra desaparición. Y se refería a ello atendiendo a distintos niveles educativos (no olvidemos que toda experiencia nos educa), desde la estrictamente académica hasta la organización del mundo laboral y de ocio de nuestras sociedades.


Toda mecanización, toda vaciedad que se introduzca en nuestro día a día tiene como consecuencia una inevitable alienación, en la que, como indica el término, dejamos de ser nosotros, nos extrañamos con respecto a la vitalidad auténtica, hasta que, por seguir con el término, llegamos a no “reconocer” nuestra falsa relación con el mundo, con lo más íntimo que tenemos: nuestra vida.


Por ello en el artículo referido se llamaba la atención sobre la idea de contemplar la Filosofía como un lujo para una selecta minoría. No es así, la Filosofía, las preguntas fundamentales acerca de nuestro “ser”, las necesitamos todos sin excepción para intentar por todos los medios conseguir conocernos lo más profundamente posible y saber orientarnos en nuestra relación con la alteridad.


Somos responsables de nuestra vida, somos los artesanos que le damos forma a nuestra biografía, pero también es cierto que necesitamos en momentos claves, como el educativo, que se nos “ayude” a desarrollar las herramientas que faciliten el desvelamiento de lo esencial de nuestro existir.


Para ejemplificar las ideas orteguianas sobre la cuestión, viene a la perfección el siguiente fragmento del pensador madrileño:



¿Por qué no renunciar a todo hacer y dejarme morir? Pero hasta para resolver dejarme morir tengo que motivar mi resolución, tengo que estar orientado sobre mi vida: sólo así “tendrá sentido” tal decisión; supone haberme convencido que es mejor morir que vivir. Pero esto, a su vez, implica que estoy ya perfectamente orientado sobre la vida, esto es, que sé lo que es la vida y todo en ella.

No se puede vivir sin una interpretación de la vida: Es ésta una extraña realidad que lleva en sí su propia interpretación. Esta interpretación es, a la par, justificación. Yo tengo, quiera o no, que justificar ante mi cada uno de mis actos. La vida humana es, pues, a un tiempo delito, reo y juez.

Es, pues, para el hombre imposible estar sin una orientación ante el problema que es su vida. Precisamente porque la vida es siempre en su raíz desorientación, perplejidad, no saber qué hacer, es también siempre esfuerzo por orientarse, por saber lo que son las cosas y el hombre entre ellas.


José Ortega y Gasset, Unas Lecciones de Metafísica.



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