miércoles, 10 de marzo de 2010

Vivir la Historia

La Historia, así con la mayúscula que acentúa su imponente contenido, siempre parece que lleva la impronta del tiempo pasado; efectivamente eso es así, un acontecimiento –y pido perdón a los especialistas en la materia por si mi reflexión les parece errónea- como cualquier vivencia impactante necesita del periodo de la asimilación, de la reflexión, de la apropiación –también de ella como denunciaba W. Benjamín-.

Ese sello de lo pretérito no debe, en modo alguno, hacernos olvidar lo que expresado sin emotividad se antoja perogrullesco: ese pasado fue, en su momento, presente. Presente vivido, respirado, sentido y......ahora recordado.

Esos recuerdos evocan nuestra persona –o lo que pensamos ahora que éramos en ese tiempo- y creemos, pensamos que es así, vislumbrar lo que los hechos traídos hicieron en nosotros.

Sobre este tipo de experiencia me gustaría hoy mostrar un ejemplo; a finales de 1989 se produjo uno de los hechos –según consenso mundial entre los analistas internacionales- con mayor repercusión global de los últimos decenios.

El pasado 9 de noviembre se cumplieron veinte años de la caída del muro de Berlín, este acontecimiento, vivido desde aquí enmarcado en un otoño casi tan lluvioso como este último, supuso el pistoletazo de salida a una cascada “efecto dominó” que desembocó en la agonía última de la U.R.S.S., período que iría desde el intento de sublevación militar en agosto de 1991 hasta las navidades del mismo año cuando M. Gorbachov leyó –ante el mundo entero- el acta de defunción del gigante socialista.

El artículo con el que os enlazo hoy comienza precisamente con un recuerdo. Su autor, Julio Crespo MacLennan, se retrotrae a sus impresiones presentes –hoy pasado- en aquel noviembre de 1989. Este experto en relaciones internacionales nos habla en primera persona de su vivencia de unos hechos que hoy sin duda –aunque ya se intuía desde su explosión- ya son Historia.
Espero que os guste.

5 comentarios:

  1. Apostilla:
    Vivir la Historia, como reza el título, sólo la viven aquellos que participan en ella. El resto vivimos "nuestra" historia, con minúsculas, que también puede ser historiada, pero siendo subsumida en la del grupo social al que pertenecemos. Con lo que ya deja de ser nuestra historia personal y pasa a ser la de un buen número de "gente".
    De modo que mucho me temo que el bueno de Julio Crespo vivió su historia y no la Historia. Por supuesto, otra cosa sería que hubiera estado en Berlín el 9 de noviembre de 1989 subido al muro...

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  2. Don Eduardo:
    Lo primero agradercerle su inmersión en este su blog. Entiendo perfectamente su comentario, pero debe permitirme "apostillar algunas cosillas". Seré muy breve, ¿dónde se puede concretar el límite que dé la seguridad de vivir la Historia?
    Por ejemplo, en el intento de golpe de Estado en la U.R.S.S. en agosto de 1991 G. Yanayev vive la Historia, eso parece estar claro. Un novato para la opinión pública internacional como B. Yeltsn también la vive, lo que lo vieron en directo arengar a los ciudadanos ¿vivieron la Historia?, los moscovitas que asistieron a los bombardeos de los edificios estratégios de la capital ¿vivieron la Historia?, los ciudadanos de las afueras de la capital ¿vivieron la Historia?, los periodistas que informaron a todo el mundo ¿vivieron la Historia?, y yo en el momento que se empieza a imponer de verdad la sociedad de la comunicación instantánea, ¿viví la Historia? ¿o viví algo diferente? Es evidente que vivo "mi vida" pero esa subjetividad pienso que no cercena la posibilidad de participar, que es un modo de vivir, en la Historia -aunque admita las gradaciones que usted deja entrever-.
    Además, pienso, que si entrevistásemos a un grupo cualquiera de personas que llegaron a subirse al muro en 1989, pues.... también narrarían su historia -personal, individual-. ¿Quién/es vive/en-escribe/en la Historia?

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  3. Monsieur Otero,
    re-apostillando:
    mucho me temo que, para el concepto de historia que usted está manejando, sobran las minúsculas tanto ocmo las mayúsculas, lo cual es perfectamente lícito y defendible.
    El problema aparece cuando se agrandan las letras. En ese caso se puede hacer una gradación que paso a ilustrarle con un ejemplito: un partido de fútbol.
    Protagonizan y viven el partido los jugadores, en primer lugar (también los entrenadores, árbitros,...); igualmente el número doce, el público, que empuja al equipo y presiona al contrario sin intervenir directamente (dándole al balón), como tampoco lo hace a título personal, sino colectivo. Lo viven en otro grado quienes lo ven y lo escuchan por los distintos medios de comunicación, pero difícilmente forman parte de él. Estos últimos no apareceràn en la crónica del partido, aquellos sí. La crónica de aquellos se fundirá con la Crónica del partido. La del que lo vio en su casa...usted me dirá.
    En definitiva, necesariamente vivimos en la historia o, con término unamuniano, en la intrahistoria. Vivir la Historia o en la Historia es más bien estar en el estadio. De lo contrario, todo es Historia y entonces, ¿para qué la mayúscula?
    Con un afectuoso saludo.

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  4. La mejor cita que conozco sobre la importancia de conocer la historia es de un filósofo-político-orador (y a juicio del malencarado Mommsen, un "mero reportero") llamado Marco Tulio Cicerón.
    Que es:

    "Si no conoces lo que pasó antes de que nacieras, serás siempre un niño"

    Pues eso, felicidades por la entrada y por el -estupendo- blog en general, que degustaré a partir de ahora.

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  5. Sr. Pinedo:
    Con respecto a su último comentario, tras agradecerle enormemente el mismo, querría introducir algunas aclaraciones.

    En primer lugar, el uso de la mayúscula no obedecía, en un primer momento, a una distinción como la que usted presenta citando a D. Miguel de Unamuno y Jugo; aunque una vez introducida puede ser de gran utilidad.

    Mi primera intención simplemente era referirme e intentar reproducir la sensación que nos embarga, y con el paso de los años ya comenzamos a acumular una cantidad importante de vivencias de dicha sensación, al vivir momentos, que en el instante que acaecen ya intuimos que serán Historia. Sí, efectivamente la Historia que llenará en un primer momento los periódicos y con el paso del tiempo los libros, películas etc., efectivamente la Historia a la que contraponía la intrahistoria Unamuno.

    Sobre dicha intrahistoria a la que se refería el pensador vasco, le reconozco lo interesante que ha resultado que usted la tuviera presente, pero mi posición creo que varía algo con respecto la suya D. Eduardo. Está claro que a esos acontecimientos en los que yo pensaba –y que están representados por ejemplos como la caída del muro o el reconocimiento manifiesto del fin de la U.R.S.S.- están inmersos en una cantidad ingente de vidas anónimas hechas de hechos anónimos. Pero esas vidas anónimas también viven –y no me parecía necesario distinguir, siendo importante desde luego su reflexión, el grado de cercanía- esos sucesos capitales en los que yo pensaba al escribir mi entrada del pasado miércoles.

    D. Eduardo, si me permite utilizar su símil, en la actualidad –y realmente hace ya decenios de ello- en el mundo globalizado de los medios de comunicación de masas casi todo nuestro planeta se ha convertido en un gran estadio, donde el público asiste al devenir diario de ciertas realidades. Para otra ocasión, si le parece, dejaríamos cuestiones- cruciales es verdad- como a qué llamamos realidad o qué sucesos se escogen para conformar la citada realidad diaria.

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