viernes, 21 de octubre de 2011

Confucio I

En la entrada dedicada a la noción Jasperiana de “tiempo axial” cité al pensador chino Confucio, y anuncié que le dedicaría unas líneas a las Analectas, la obra donde se recogen sus ideas. Pero recordando que tal y como nos decía el citado –en aquella ocasión- profesor Antón Pacheco podemos encontrar similitudes, rasgos comunes entre pensamientos cercanos en fecha pero distantes espacialmente en ese tiempo denominado eje; he creído interesante variar algo la idea primigenia. Así que al hilo de la semblanza que mostraré del maestro chino iré, asimismo, presentando una serie de reflexiones acerca de recuerdos que sobre pensadores como Sócrates y Platón me han venido a mi mente.


Confucio nació en el 551 a.C. y murió en el 479 a.C. –el mismo año que los atenienses y espartanos derrotaban a los persas en la batalla de Platea, principio del fin de las guerras Médicas, siendo, además, contemporáneo de importantísimos pensadores presocráticos-. La moral y la política fueron realmente el motor de su vida, lo que le dotaba de energía, él mismo se definía del siguiente modo “(…) Confucio es un hombre tan apasionado y entusiasta que a menudo se olvida de comer y pierde la conciencia de la llegada de la vejez”.

Ya en ese interés encontramos esa relación con el autor de La República y con su maestro Sócrates, preocupados ambos por la moralidad de la polis. El tábano ateniense deambulaba por las calles con la intención de llevar a cabo esa misión encomendada por su daimon y que además se sustentaba en ese punto de inflexión vital que supuso la sentencia del oráculo délfico. Asimismo Confucio, según nos cuenta Simon Leys en su edición de la obra en la que se recopilan las palabras del Maestro nos dice: “Las Analectas están impregnadas de la inquebrantable creencia que Confucio tenía en su misión celestial”, por lo tanto quedan emparentados ambos hombres por esa idea acerca del sentido de su vida, ésta tenía una clara finalidad de índole moral.

Volviendo a Platón, y más concretamente a las noticias biográficas que de él poseemos, nos encontramos con un filósofo al que le tocó vivir una época de crisis, Aristocles (su verdadero nombre) vino al mundo en el 427 a.C. cuatro años después de que comenzara la guerra del Peloponeso, conflicto que a la postre supuso el fin del esplendor ateniense, este tiempo convulso, el convencimiento de que no existe Estado bien regido, y evidentemente la gran injusticia de la condena a Sócrates en el 399 a.C., marcaron profundamente el carácter político platónico. En la obra citada anteriormente Leys nos sigue explicando: “Confucio vivió en una época de transición histórica (…) él estaba siendo testigo del colapso de una civilización”. Aunque en el caso de Platón no podamos hablar exactamente en los mismos términos pero el siglo IV –su siglo intelectualmente hablando- verá caer la estructura política griega por antonomasia, la polis. Platón muere en el 347 a.C., quedaba poco para la batalla de Queronea, y para el fin del período clásico de la civilización griega.

Añadamos una semejanza más, si nos apoyamos de nuevo en el texto de Simon Leys podremos leer: “Pasó [Confucio] prácticamente toda su vida viajando de un Estado a otro, con la esperanza de encontrar a un gobernante ilustrado que le diera por fin una oportunidad y lo emplease a él y a su equipo”, nos viene inmediatamente a la memoria todas las vicisitudes sufridas por Platón en sus tres viajes a Siracusa. Recordemos que a través de Dión, a la sazón cuñado de Dionisio I (el viejo) que detentaba el poder -posteriormente con Dionisio II el joven-, el filósofo creía que podría poner en práctica su teoría política –tan impregnada de moralidad como la del asiático-.


Ambos teóricos sufrieron grandes peligros en sus viajes, el heleno sin ir más lejos llegó a ser vendido como esclavo en su primer viaje a Sicilia, aunque finalmente fue rescatado –mediante pago- por Anniceris de Cirene que lo reconoció. Decíamos y subrayábamos que hablamos en ambos casos de una política imbuida totalmente de moralidad, baste recordar la expresión de “Ley del cielo” (tien ming), una ley moral suprahumana a la que el gobernante –y también cada individuo- debe adecuarse para ser justo en su labor, y conseguir así la armonía social, el bienestar del pueblo, que es la meta principal de la política confuciana. Asimismo Platón nos hablaba de la noción de justicia (dikaiosýne) como virtud general, una justicia también entendida como armonía y que debe reinar tanto en el alma individual, como en la sociedad, ya que no puede haber comunidad justa sin hombres justos.

1 comentario:

  1. Muy interesante e instructivo el artículo, don Federico. Yo añadiría otras semejanzas con otros personajes del mismo calado. Al menos en un aspecto muy concreto.
    Confucio tuvo en común con Pitágoras, Sócrates, Buda (si no me falla la memoria) o el propio Jesucristo el no haber dejado escrita ni una sola línea.
    Y sin embargo, sus mensajes han quedado grabados sobre la humanidad de forma indeleble.
    ¿Es esa falta de escritos una carencia? ¿Fueron originalmente así sus enseñanzas o más bien las manipularon sus discípulos? Si en efecto las hubieran dejado por escrito, ¿acaso no hubieran sido manipuladas? ¿Podría pensarse en una enseñanza ágrafa en el siglo en que vivimos?
    En fin, preguntas y más preguntas, que es cosa que corresponde a la filosofía...

    Eduardo Pinedo

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