domingo, 16 de enero de 2011

Obsolescencia programada


Recientemente Televisión Española ha emitido un reportaje sobre la denominada obsolescencia programada. Esta expresión hace referencia a la introducción de una intencionada caducidad en los productos de consumo. Se nos narra la historia, el porqué, de la toma de decisión que introduciría paulatinamente esa filosofía en el mercado de masas. La idea es relativamente sencilla de asumir: si las fábricas, los talleres, aprovecharan los avances que permitieran dotar de una vida mucho más larga a sus productos, acabarían por finiquitar el mercado a causa de la falta de demanda. Por lo tanto, la solución aparece con la caducidad controlada e intencionada.

El ejemplo con el que se abre el programa es el de una impresora averiada, su dueño visita distintas tiendas buscando solución al problema: no parece haberlo. Se le dice que lo mejor, lo más inteligente, es comprar una impresora nueva. Finalmente la realidad descubierta por el consumidor es que la impresora incorpora un chip que provoca que al llegar a un número determinado de copias la máquina se “suicide”. Afortunadamente en internet encontrará un software que permitirá el reseteado de ese contador asesino.

Esta historia sirve para actualizar una práctica que se remonta décadas atrás, encontramos precedentes en los filamentos de las bombillas, en el nylon, etc. La finalidad era absolutamente diáfana, conseguir que las fábricas no detuvieran su producción, y que ésta sirviera para cubrir las “necesidades” del público. La idea la encontramos magníficamente expresada en Un mundo feliz de Aldous Huxley cuando uno de los personajes dice: “Cuando los vestidos se estropeaban había que tirarlos y comprar otros nuevos. A más remiendos, menos dinero”.

Lo que se plantea en el vídeo podría resumirse así: ¿es la obsolescencia programada un puro fraude para incrementar los ingresos de las empresas? O ¿es dicho ardid un recurso para mantener la vida del sistema capitalista sustentado en la cultura del consumo? ¿Es una forma de minimizar ciertos problemas que se presentarían inherentes al capitalismo?

De todas formas no podemos soslayar la interesante reflexión acerca de la naturaleza humana, de esa naturaleza fácilmente excitable por lo novedoso, por lo que parece representar la última conquista del ingenio del hombre. También esta atracción provoca, no lo olvidemos, que el motor del mercado siga en plena aceleración. Y si no pensemos: ¿cuántos móviles, actualmente, que sustituimos por uno nuevo están realmente “para tirarlos”? Se nos inoculó hace una década la necesidad de la telefonía móvil. Diez años después eso ya no vale, aparte de llamar, ahora debe fotografiar, debe conectarme a internet…. ¿qué será lo siguiente? En otro momento, en la misma obra citada de Huxley, también leemos de boca de un personaje “me gustan los vestidos nuevos, me gustan los vestidos nuevos, me gustan…”, superando así la denominada filosofía del subconsumo.

En relación a lo último que he comentado, por favor no se pierdan los enormes “basureros” que la actual tecnología necesita. El dónde se ubican, y el porqué lo sabrán al ver el documental.

Ps. Es curioso cómo el hombre sabiéndose finito, con fecha de caducidad, ha creído o fantaseado con su eternidad, sin embargo por mor de sus intereses ese desagradable tempus interruptus se lo ha legado a algunas de sus obras, a algunos productos de su téchne.


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