El filósofo y matemático
británico Alfred N. Whitehead (1861-1947) afirmó en una de sus obras que la forma
más segura de definir la tradición filosófica europea no era más que como una
serie de notas a pie de página de la obra platónica. Aunque para muchos dicha aseveración
pueda parecer exagerada, es cierto que Platón representa una de las piezas
absolutamente indispensables para reconstruir todo un devenir intelectual que
dura ya más de dos mil quinientos años si partimos desde el nacimiento de la
filosofía.
Es bien sabido que en la
biografía del autor de “La República”, el año 407 a.C. tiene un significado muy
especial, ya que en dicha fecha conoce al que será su maestro y quien determine
su biografía: Sócrates.
Casi diez años después de la
mencionada fecha, en el 399 a. C., se produce unos de los hechos más relevantes
y conocidos de la historia de la filosofía occidental, el juicio y posterior
condena a muerte del citado Sócrates. De su autodefensa ante el tribunal, y su
reflexión ante el mismo tras las dos votaciones sobre su culpabilidad o
inocencia, tenemos noticias gracias a la “Apología de Sócrates” escrita por el
propio Platón.
En este recuerdo de la que
posiblemente fuese la primera obra platónica no ahondaré en las cuestiones
meramente legales, ni por supuesto podré hacer referencia a toda la enormidad
de profundas ideas que jalonan el texto. La intención será acercarnos al
carácter socrático que su discípulo plasmó de forma tan sublime en algo menos
de cuarenta páginas.
Desde el mismo inicio del texto
se nos comienza a dibujar la personalidad del reo, su amor a la verdad con un
lenguaje directo y no ornamentado estructurará su discurso, contraponiéndose
así al artificio de la retórica usada por sus acusadores. Precisamente en relación
al término acusador Sócrates distingue a los “primeros” de los segundos”, los
primeros son los que desde hacía mucho tiempo buscaban extender por Atenas una imagen
negativa de él, a la mayoría de éstos los considera anónimos aunque sí se
refiere al comediógrafo Aristófanes. Los segundos son los que habían presentado
contra él los cargos que provocaron el juicio (corrupción de la juventud,
impiedad e introducción de nuevas divinidades), sus nombres han pasado a la
Historia; Ánito, Meleto y Licón.
Platón en su Apología, nos
muestra a un Sócrates convencido de estar llamado a una misión divina,
consistente en la educación moral de sus conciudadanos, él mismo se compara con
un tábano que con su aguijón quiere impedir que ese “caballo grande y noble
pero un poco lento” (Atenas) se duerma y cierre los ojos a la vida virtuosa que
él defiende.
Más que los detalles
estrictamente jurídicos como se mencionó anteriormente, nos interesa la
vertebración del espíritu socrático que se va desvelando a medida que se avanza
en la lectura, Platón quiere honrar a su maestro, quiere subrayar la coherencia
de un hombre, que espoleado por el famoso oráculo de la pitonisa de Delfos,
consagra su vida a un solo fin: la moral.
Esa decisión, como reconoce en
varias ocasiones en su discurso, determinó su vida hasta el punto de no salir
de su ciudad más de tres veces (por asuntos militares), y no poderse ocupar de
cuestiones prácticas, viviendo por tanto prácticamente en la pobreza. Esto último
tampoco supuso un verdadero problema para él, recordemos que una de sus
principales lecciones transmitidas fue la de que no nos equivocásemos a la hora
de priorizar los valores en los que sustentar nuestras acciones. Lo material,
los honores, la fama todo ello son cuestiones fútiles que nos desvían de
nuestra verdadera senda que no es más que la preocupación por nuestro interior
y por nuestro obrar.
Precisamente ese desprecio de lo
material queda ejemplificado en una de las principales diferencias que lo
separan de los sofistas, éstos cobraban honorarios (algunos importantes
cantidades) mientras que Sócrates no aceptaba pago alguno. En relación a esta
cuestión Jenofonte llegó a comparar a dichos sofistas con prostitutas que
perdían su libertad de elegir a sus discípulos ya que bastaba con que tuviesen
el dinero suficiente, Sócrates sin embargo no habría estado sometido a tal
condición al no cobrar nada.
El propio Sócrates, siempre según
Platón, expuso durante su juicio casos concretos que confirmarían su moralidad,
son ejemplos que además nos acercan un poco más al contexto histórico en el que
vivió nuestro personaje. Uno de esos hechos tiene que ver con la batalla de las
Arginusas, de ella salieron victoriosos los atenienses, pero los generales
fueron encausados ya que volvieron sin recuperar del mar los cadáveres de un
grupo de compañeros. En este caso Sócrates, que por sorteo detentaba un cargo
público, denunció las irregularidades del proceso, sabiendo a qué se exponía y
demostrando su firmeza moral. En línea muy similar también se narra el momento
en el que el gobierno de los treinta tiranos intentó obligar a Sócrates a
participar en la detención de un demócrata llamado León de Salamina,
evidentemente a este requerimiento se negó.
Para Sócrates la filosofía era
eminentemente práctica, la ironía, el método inductivo propio de la mayéutica
se daba siempre en el diálogo, ese filosofar era realmente para el ateniense su
vivir, hasta tal punto que durante el juicio de distintos modos enuncia su
negativa a cambiar su forma de vida aunque ello le otorgase su libertad. Vivir
es autoexaminarse moralmente a diario y compartir esa experiencia con los
demás, si no es así no merece la pena vivir dijo Sócrates ante el tribunal.
Finalmente, ante la cercanía de
un veredicto negativo, Sócrates continuó manteniéndose incólume, renunciando a
pedir clemencia a los que le juzgaron, y se dirigió seguro de sí mismo hacia la
condena que no quiso evitar, la de muerte. Esos últimos momentos de Sócrates
que tan bellamente nos legó también Platón en su diálogo “Fedón”.
Esta magnífica entrada sobre Sócrates es una buena oportunidad para recordar la plena vigencia del filósofo. Es algo que resulta evidente en las palabras de Federico sobre la Apología. Sócrates se somete al juicio sin trampas ni razonamientos sofísticos, haciendo ver el hombre que es y acatando el veredicto sin apelar a subterfugios legales ni de cualquier otra índole. No puede renegar ni disfrazar sus actos, porque sería renegar de sí mismo.
ResponderEliminarEn otro diálogo platónico también socrático, el Critón, su mejor discípulo nos lo muestra rechazando la posibilidad de escapar de la cárcel y cumpliendo su condena a muerte, bebiendo la cicuta. Su vida no puede tener como fin un acto que no se corresponde con ella. Sócrates es Sócrates porque es consecuente hasta el último momento.
Su grandeza es el contrapunto de muchos de los personajes públicos que vemos ocupar la política actual de nuestro país. En un momento como el actual, en el que el número de políticos procesados por muy variados delitos es desorbitado, podemos contemplar a diario la pequeñez de sus actitudes. Son las que corresponden a unas trayectorias vitales que no dejan lugar para actos de la talla del ateniense. Más bien resultan consecuentemente rematadas con el fin o incluso la dudosa continuidad de unas carreras políticas más bien vergonzantes.
Con todo, convendría no confundir la política con los políticos; tampoco los políticos con los corruptos, pues también los hay honrados. A fin de cuentas, un pueblo se refleja en sus instituticiones...
En tiempos confusos y turbulentos, como son los que atravesamos, leer a Platón nos sirve para aclarar nuestro discernimiento sobre estos asuntos y no perdernos en una confusión que, a fin de cuentas, bien puede ser inducida e interesada.